L71014H

Atención hermanas: L71014H es un joven ciudadano nacido en nuestras granjas reproductivas que, por un descuido nuestro, fue capaz de escapar de nuestra república ginecocrática para refugiarse en zona patriarcal, donde fue acogido, le enseñaron a hablar, más allá de las pocas palabras que aprendió en nuestro país, y fue interrogado por las autoridades patriarcales con el fin de averiguar cómo es la vida de los hombres en nuestra amada república. Por suerte nuestras hermanas espías que actúan en zona masculina para obtener información han accedido a las declaraciones de este macho y, después de comprobar que este ciudadano no ha proporcionado información que pueda comprometer la seguridad de The Universal Gynecocratic Republic hemos creído conveniente publicar, a modo de diario. El documento relata fielmente como es la vida (sobre todo la de los hombres) en nuestra amada república matriarcal, y se fundamenta en los datos que el macho L71014H ha dado sobre cómo fue su vida desde que nació, del vientre de una yegua, en uno de nuestros centros rurales reproductivos. Os recomendamos su atenta y minuciosa lectura, queridas hermanas, de esta forma podremos conocer mejor la forma de pensar de nuestros machos a los que a diario obligamos a hacer todas las tareas domésticas, a los que a menudo montamos a caballo, de los que abusamos libremente y sin complejos y a los que hasta utilizamos para satisfacer nuestro deseo sexual y nuestras fantasías más salvajes. Saquemos conclusiones importantes sobre la mejora de aspectos como la seguridad y el control sobre nuestros hombres, tanto equinos como domésticos.

Diario de L71014H

Me llamo L71014H, es el nombre que me pusieron al nacer hace ya unos cuantos años en una granja de reproducción de The Universal Gynecocratic Republic, en ese país, mi país, a todos los hombres nos asignan un código desde que nacemos y esa es nuestra única identidad para el resto de nuestra vida, los hombres nos identificamos con ese código mientras las mujeres se identifican por el nombre y el apellido que heredan de sus madres, abuelas y bisabuelas. Además en nuestro país todas las mujeres y muchachas se tratan entre ellas de “hermanas”, no importa la relación que pueda haber ellas, cada vez que una mujer se dirige a otra (tenga la edad que tenga) la llama “hermana”. En cambio nosotros, los hombres, debemos tratar a las mujeres de “señoras” no importa la edad que tengan, cuando nos dirigimos a ellas debemos utilizar ese término “señora”. Por lo que me dijeron mi madre es una yegua. En The Universal Gynecocratic Republic todos los hombres nacemos o bien de una yegua o bien de una vaca en unos partos en los que nacen entre tres y seis bebés de sexo masculino, yo he asistido a muchos de estos partos durante mi niñez y adolescencia y era hermoso, ver aparecer tres, cuatro o cinco niños de dentro de una vaca es una experiencia que recomiendo a todas las personas. Nuestra sagrada diosa Venus lo dispuso de esta manera desde el principio de los tiempos: las mujeres parirán a otras mujeres mientras que las yeguas y las vacas parirán a hombres para el uso y disfrute de las mujeres. Debido a nuestra naturaleza semi animal, la Diosa Venus nos asignó nacer de uno de estos dos animales, y a mí me tocó nacer de una yegua de la que además, por lo que me dijeron, fui amamantado durante casi dos años.

Me eduqué en la misma granja de reproducción en la que nací, en ella había más niños, como yo, y eran hombres los que nos enseñaban a andar, a correr, a trabajar y sobre todo, sobre todo, nos enseñaban a obedecer al género superior, a las mujeres. Nos decían, y repetían frecuentemente, que los hombres tenemos manos para servir a las mujeres (trabajos en el campo, tareas domésticas, labores diversas…) piernas para transportarlas donde ellas deseen como seres medio equinos medio humanos (tirando de carros, siendo montados a dos patas o a cuatro) y finalmente lengua para complacerlas. En aquella época yo no entendía el significado de esta última parte, la lengua, ¿si los hombres apenas hablamos y prácticamente sólo escuchamos las órdenes femeninas y las obedecemos, por qué es tan importante, para las mujeres, la lengua masculina? tiempo más tarde entendí a qué se refería y aprendí a utilizar mi lengua a disposición del placer femenino.

En nuestro país adoramos los genitales femeninos, para nosotras las vulvas son algo sagrado, un símbolo al que adorar y respetar. De hecho las mujeres y las muchachas se miran la vulva en el espejo a menudo y la enseñan orgullosas en público como una muestra de poder. No es extraño ver en espacios públicos como las señoras se saludan enseñando la vulva y como los hombres nos arrodillados inclinando la cabeza cada vez que vemos a una mujer enseñando sus genitales. Y es que para nosotros, los hombres, las mujeres son sagradas y sus vulvas simbolizan el poder absoluto.

Ellas, las mujeres, no vivían en los establos como vivíamos los hombres y los niños, durmiendo sobre la paja, sino que lo hacían en la casa de la granja y a diario venían al establo a controlar la evolución de las tareas en su finca rural. Para las mujeres es muy importante controlar sus propiedades y todo lo que había en la granja (niños y hombres incluidos) éramos propiedad de las señoras que vivían en la casa. Un valor fundamental que me enseñaron fue la regla del “oír, ver y callar”, de forma que oyera lo que oyera, viera lo que viera y sufriera lo que sufriera tenía que callar y guardármelo en mi interior con una sonrisa en los labios. Esta regla: “oír, ver y callar con una sonrisa en los labios”, además de serme muy útil durante la vida, se considera imprescindible para cualquier niño, hombre o muchacho que quiera sobrevivir en The Universal Gynecocratic Republic. Recuerdo como cada vez que venían las mujeres al establo (ya fueran las dueñas de la granja o cualquier otra señora) todos los hombres y niños nos teníamos que arrodillar, agachar la cabeza y callar, debíamos estar en completo silencio a menos que alguna de ellas nos interrogara. Siempre me fascinó la riqueza de lenguaje y el amplio vocabulario que tenían las mujeres cuando las oía hablar entre ellas. Nosotros, los niños y hombres, usábamos unas pocas palabras para cumplir con las tareas y labores de la granja, pero las mujeres se comunicaban entre ellas con muchas palabras y tipos de frases que yo no lograba entender. Supongo que es lógico, pues nuestra diosa Venus dotó a las mujeres de una mente infinitamente más sofisticada que la nuestra. Está claro que las mujeres disponen de un cerebro superior al que tenemos los hombres y demás animales.

Desde que nacemos a los niños nos segregan por lo que las mujeres denominan como “nuestro origen gestante”. Es decir, los niños que han nacido de vacas sobre todo aprenden a cuidar de la granja y de los demás animales, en cambio los niños que hemos nacido de yeguas, además de tener que realizar esas labores, como podéis imaginar también se nos enseña a ser montados y/o cabalgados por las niñas y mujeres, a cumplir con la “función equina” es decir a hacer de caballos para nuestras dueñas y señoras. Más allá de estas dos funciones, a todos los niños y hombres se nos enseña de forma prioritaria, a cumplir con todas las tareas domésticas y del cuidado del hogar. De esta forma fui aprendiendo a ser montado por las mujeres y a aguantar el peso del cuerpo de las señoras, o chicas, sobre mis lomos sin apenas quejarme y con una amplia sonrisa en mis labios, como a las mujeres les gusta. Las dueñas de la granja era dos señoras que siempre estaban demostrándose cariño y afecto, frecuentemente se besaban en los labios. Yo no se que puede significar eso, ni que debe sentirse, pues en nuestra república matriarcal el amor está reservado a las mujeres y a las chicas. Nosotros los chicos y los hombres no podemos amar, no nos está permitido pues nuestra única aspiración en la vida consiste en adorar, obedecer y servir a las señoras, a nuestras reinas. Pero que no nos esté permitido amar no significa que no podamos alcanzar la felicidad, pues no hay mayor felicidad para un hombre que cumplir fielmente las órdenes e indicaciones de las mujeres.

Las dos señoras, dueñas de la granja, tuvieron una hija que nació cuando yo tenía unos cuatro años. Recuerdo que cuando la bebé lloraba mucho, las señoras acostumbraban a utilizarme para calmarla. Me ordenaban ponerme a cuatro patas y, por supuesto yo respondía obedeciendo y con la amplia sonrisa, entonces las señoras montaban a la bebé en mi lomo y yo corría a cuatro patas mientras imitaba un relincho de caballo. La niña inmediatamente dejaba de llorar para ponerse a reír y con ella las señoras sonreían de felicidad y, como no, se besaban entre ellas tiernamente. Y así es como fueron mis primeras experiencias como caballo humano, con cuatro años, a cuatro patas y siendo montado por una niña pelirroja de un año llamada Wendy.

También recuerdo como con seis años me metieron en la casa para enseñarme las tareas domésticas: cumpliendo el principio de obediencia debida que tenemos los hombres hacia las mujeres, fui aprendiendo todas y cada una de las tareas domésticas que un hombre digno debe aprender para honrar a su dueña, a su diosa: quitar el polvo de los muebles, lavar las cortinas, limpiar los cristales de las ventanas, barrer y fregar el suelo, limpiar la cocina, los baños, quitar las manchas de cal del inodoro, el bidet y el lavamanos, cortar el césped del jardín o limpiarlo de hojas secas, servir y recoger la mesa, lavar la vajilla… También tuve la suerte de aprender a realizar tareas más personales hacia mis diosas, como lavar sus ropas, pulir sus botas, etc… Además me enseñaron a hacer las camas, algo a lo que tuve que dedicar mucho esfuerzo porque, más allá de mi inferioridad natural masculina, yo jamás había visto una cama. Los hombres dormimos en establos sobre balas de paja, pero las mujeres, desde que nacen duermen en camas, que por lo visto son mucho más cómodas que las balas de paja, yo jamás he dormido en una cama pues en nuestra república matriarcal los hombres teníamos prohibido sentarnos en una cama y mucho menos tumbarnos pese a que teníamos la obligación de hacerlas y cambiar las sábanas y almohadas lavándolas a diario. Aquí, en la sociedad patriarcal, he tenido la posibilidad de dormir en una cama, pero no he aceptado, las camas son para las mujeres, al igual que los ordenadores, las radios, las televisores o los teléfonos. Nosotros, los hombres, debemos dormir sobre paja o en el suelo como último recurso.

En The Universal Gynecocratic Republic es costumbre que en el hogar haya un “siervo de bienvenida” cuya función es pulir y sacar brillo del calzado de las señoras que visitan la casa. Cuando una mujer visita a una de sus hermanas, el “siervo de bienvenida” la recibe en la puerta y (siempre en actitud sumisa) le recoge el abrigo, gorro y botas para ponerle zapatillas domésticas. De esta forma mientras la invitada está en casa el siervo cepillará el gorro y el abrigo de la invitada además de pulir y sacar brillo a sus botas para que, cuando la visita se acabe y la señora abandone la casa lo haga con unas botas limpias y relucientes además de con un gorro y abrigo brillantes y limpios. Es la forma que tienen las mujeres de dar la bienvenida cada vez que reciben una visita de una, o más, de sus hermanas.

Aprendí tan bien las tareas domésticas que las señoras, mis dueñas, me tomaron como “siervo de bienvenida” además de encargarme personalmente de realizar las labores domésticas. Pese a pasar mucho tiempo en casa de mis dueñas, cada noche tenía que ir a dormir al establo con los otros niños y hombres, pues las señoras consideraban fundamental que los hombres tengamos siempre presente cual es nuestro justo lugar como machos que somos.

Y así fue como pasé toda mi infancia y mi adolescencia, en casa de mis dueñas realizando las labores domésticas, ejerciendo de “esclavo de bienvenida” cada vez que mis señoras tenían visitas. Más allá del trabajo doméstico, a la hija de mis amas, Wendy, le gustaba usarme de mascota y montarme, a dos patas o a cuatro, según la ocasión. Algunos días Wendy me cabalgaba, me hacía correr hasta la extenuación mientras ella gritaba alegremente al viento “libre soy libre”. Al oírlo yo sonreía de felicidad notando como sobre mis espaldas una muchacha era alegre y libre mientras ella me cabalgaba velozmente.

A Wendy le gustaba lucirme delante de sus amigas y conocidas para despertar su envidia, entre ellas estaba Rachel, una muchacha de la misma edad que Wendy que empezó a sentir celos de ésta. Rachel pedía a Wendy poder montarme y cabalgarme cada vez que quisiera, pero la hija de mis dueñas se negó rotundamente y eso provocó un tipo de resentimiento en la señora Rachel que yo era capaz de notar en su mirada femenina, en su actitud y en su tono de voz.

Las chicas cumplen la mayoría de edad a los 16 años en nuestra república las mujeres lo celebran por todo lo alto con una fiesta magnífica, cargada de lujos y hermosos rituales, que dura todo un día con su noche incluida. Las señoras no escatiman en gastos y detalles ya que se trata en uno de los días más importantes de la vida de las mujeres, pues simboliza el paso a la edad adulta de la muchacha, a partir de esa edad la mujer ya puede poseer esclavos y comerciar con ellos. Nosotros, los hombres, también celebramos un pequeño ritual al cumplir los 16 años, en referencia al registro de nacimiento de hombres y demás animales que tienen las granjas, nuestro ritual masculino es bastante más discreto y modesto que el que celebran las mujeres y se divide en dos partes: la primera consiste simplemente en afeitarte (por primera vez en tu vida) y se hace delante de los hombres que te han educado que, al acabar, te dedican una monumental ovación en forma de aplauso. La segunda parte del ritual consiste en presentarte frente a tu dueña, o dueñas, para que por primera vez en tu vida te pongan la jaula de pene a la que deberás acostumbrarte pues te acompañará de forma intermitente pero continuada durante el resto de tu vida. La jaula de pene simboliza el control absoluto de la mujer sobre el hombre mientras que el afeitado representa el derecho de la mujer a poder disfrutar de la lengua del hombre, gozando libremente de ella, pues (todas las señoras están de acuerdo) un buen afeitado incrementa el placer del cunnilingus o del analingus. De hecho en The Universal Gynecocratic Republic la masculinidad se fundamenta en estos dos símbolos: un buen afeitado y una buena jaula de pene. En nuestra república matriarcal un hombre de verdad siempre está afeitado y llevando su correspondiente cinturón de castidad, a menos que las señoras decidan usarlo como semental en una de las granjas reproductivas o acuerden liberar momentáneamente el pene como simple diversión.

Jamás olvidaré mi ritual de los 16, la sensación de la espuma de afeitar invadiendo mi rostro y la cuchilla de afeitar acariciando la piel de mis mejillas, barbilla, cuello. En el establo vinieron varios hombres con un espejo, brocha, jabón y navaja de afeitar y me afeité frente a ellos, yo ya había visto como ellos se habían afeitado infinidad de veces y ansiaba con la llegada de este día, pues representa la edad adulta del hombre, a partir de entonces deberá llevar jaula de pene y ya puede ser usado por las mujeres para el cunnilingus… Había visto centenares de veces como hombres adultos se afeitaban y conocía a la perfección los movimientos y etapas del afeitado. Afeitarte es algo con lo que todos los niños de The Universal Gynecocratic Republic sueñan. Nunca olvidaré el aplauso de los hombres cuando terminé y el orgullo y alegría que sentí al notar mi rostro completamente libre de bello facial. Pero mucho más emocionante que la parte del afeitado fue el momento en que me presenté antes mis señoras completamente desnudo para que procediesen a colocarme el cinturón de castidad. Una de mis dueñas (frente a varias señoras que presenciaban la escena) se acercó con el cinturón, tomó mi flácido pene, lo untó de aceite, lo introdujo en el dispositivo y cerró el candado colgándose la llave al cuello. Acto seguido me acarició las mejillas y miró a las demás mujeres diciendo:

-“Este macho ha cumplido 16 años y se presenta ante nosotras perfectamente afeitado. Así que ya está listo para ser utilizado y comercializado por nosotras, las mujeres, por lo tanto tomo posesión completa de él como producto originario de mi granja.”

Acto seguido otra señora muy elegante rellenó un papel, lo firmó, lo selló y se lo entregó a mi dueña. A partir de ese momento ya era un esclavo completo al servicio de mis señoras y de nuestra república matriarcal, pues mis dueñas ya podían usar libremente, y para su propio provecho y placer, las tres partes de mi cuerpo masculino: piernas, manos y, ahora también, lengua.

El dinero, en nuestra república ginecocrática, lo utilizan las mujeres, sólo las mujeres, ellas compran y venden. Nosotros, los hombres, no tenemos permiso para utilizarlo, tampoco sabríamos qué hacer con él. Cuando me enviaban a comprar algo me daban una bolsa de cuero que ataban a mi cuello, yo daba esa bolsa a la vendedora y ella misma cogía lo que necesitaba y volvía a ponerme la bolsa al cuello.

Mi vida cambió al cumplir los 16, mis dos dueñas podían venderme, prestarme o utilizarme como ellas creyeran conveniente, pero Wendy, la hija de ambas, les insistía en que no me prestaran porque ella quería poseerme al cumplir ella su mayoría de edad, sus 16, pues en nuestro país las muchachas no pueden poseer esclavos siendo menores. Por lo tanto mis dueñas no me vendieron y mantuvieron mi lengua virgen durante cuatro años, reservándola para su hija, Wendy, hasta que cumpliera 16 años, mayoría de edad, y pudiese poseerme libremente. Pero, por lo que pude deducir, la señora Rachel presionó a su madre, la señora Julia, para que me comprara antes de eso. La señora Rachel cumplía los 16 años sólo 42 días después de Wendy, así que Julia, madre de Rachel, y una señora muy influyente y adinerada, presionó económicamente a mis dos dueñas para apropiarse de mí sólo unos pocos días antes de que la señora Wendy cumpliese los 16 años. De esta forma me reservaría para su hija, para que la señora Rachel me poseyera al cumplir ella los 16.

Una noche una de mis dueñas vino al establo, me despertó y me hizo ir a la casa. Yo encontré extraño aquella actitud, no era normal que tan tarde, en plena noche, me llevaran a casa. Una de mis dueñas, me hizo poner a cuatro patas frente a ella y, mostrándome su vulva desnuda, me ordenó que empezara a lamerla. Yo estaba feliz, por fin iba a adorar una vulva y por fin iba a dar placer a una mujer. Pero de repente mi otra dueña gritó:

-¡Para por favor! No Karen, no podemos desvirgar ahora la lengua de este esclavo después de cuatro años reservándola para nuestra hija.

-Vamos Mary, si nosotras no lo hacemos, mañana la hermana Julia lo hará sin problemas pues va a poseer a este esclavo. Antes de que lo haga ella prefiero que lo hagamos nosotras.

-No Karen, si la hermana Julia desvirga la lengua de este macho, nuestra hija la odiará a ella, pero si lo hacemos tú y yo, Wendy nos odiará a nosotras, a sus madres. ¿Qué prefieres?

-Tienes razón Mary.

En ese momento mi dueña, la señora Karen, me ordenó volver a mi establo pero yo me oculté tras unas cortinas para escuchar e intentar entender qué estaba pasando. Recuerdo perfectamente la conversación entre mis dos dueñas, de noche, mientras la señora Wendy dormía ellas pronunciaron mi código varias veces L71014H y las palabras “anular” y “crédito económico”, ignoro por qué pasé a ser propiedad de la señora Julia pero sospecho que estaba relacionado con la conversación de esa noche. En un momento concreto de la conversación salí de entre las cortinas y abandone la casa para volver a mi establo sin que mis señoras lo notaran.

Al día siguiente la señora Julia vino a casa y se sentó en el sofá del salón con mis dos dueñas. Recuerdo como, mientras yo cumplía mis tareas de esclavo doméstico cepillando el elegante abrigo de la señora Julia y sacando brillo a sus botas, las tres señoras conversaban en el salón, vi como en un momento concreto una de ellas sacaba un documento del cajón y las tres lo firmaban. Acto seguido se levantaron y la señora Julia se dirigió hacia mí.

-Tráeme mi abrigo, gorro y botas, nos vamos de aquí, eres mío ahora, te acabo de adquirir como esclavo y a partir de ahora vas a obedecer mis órdenes.

Me dijo la señora Julia, yo le ayudé a ponerse su abrigo y gorro y a calzarse sus botas. Acto seguido salimos de casa de la señora Wendy, primero salió mi nueva dueña, la señora Julia, con la mirada al frente y yo salí detrás de ella con la cabeza agachada y la mirada hacia abajo, a sus pies, como es costumbre en nuestra república matriarcal. Cuando una mujer se encuentra cerca debemos agachar la cabeza mirando al suelo, en cambio cuando es nuestra dueña, o dueñas, las que están cerca tenemos la obligación de agachar la cabeza y mirar a sus pies. De esta forma iba caminando detrás de mi nueva dueña, la señora Julia, mirándole los pies, aquellas botas elegantes a las que yo mismo había sacado brillo poco tiempo antes. Caminaba detrás de mi señora dirigiéndome hacia su casa y centraba toda mi atención en su forma de caminar y mover los pies. Los hombres que me educaron me enseñaron que se puede conocer a una dueña por su forma de caminar. Hasta ese momento yo sólo conocía la forma de caminar de mis antiguas dueñas, las señoras Mary y Karen y de su hija, la señora Wendy la cual, imagino que, debió llevarse un enorme disgusto al volver a casa y no encontrarme, supongo que discutiría con sus madres, no lo se.

Finalmente llegamos a casa de la señora Julia y allí nos esperaba su hija, la señora Rachel, que dio saltos de alegría al verme entrar en su casa. Mi nueva dueña sonrió y le dijo a su hija:

-Bien Rachel, este será tu regalo para tu 16 cumpleaños que celebraremos dentro de unos días, espero que lo valores porque me ha costado mucho esfuerzo conseguirlo.

-Muchas gracias mamá. ¿Podría estrenar su lengua ya?

-No, Rachel, pese a que este macho ya tiene 20 años y es de mi propiedad, tú todavía no has cumplido la mayoría de edad y, por lo tanto, aún no puedes poseerlo legalmente. Si te dejara estrenar su lengua para tu placer estaríamos violando las leyes de nuestra república matriarcal. Vamos a hacer una cosa: aunque yo pueda usar su lengua para mi placer, no lo haré, me esperaré unos días a que cumplas la mayoría de edad y entonces podrás estrenarlo tranquilamente. ¿Qué te parece Rachel?

-¡Me parece estupendo mamá, lo estrenaremos juntas las dos!

Así fue como unos días más tarde en la celebración del decimo sexto aniversario de la señora Rachel fui entregado a ella. La ceremonia fue preciosa y asistieron todas las señoras de la comarca, todas menos Wendy. La noche siguiente a la celebración la señora Julia y su hija, la señora Rachel, me ordenaron hacerles un cunnilingus a ambas, me esforcé todo lo que pude para que mi nueva dueña primero, y su madre después, disfrutasen al máximo y así creo que lo hicieron. Por prudencia empecé besando y acariciando muy suavemente la vulva de la señora Rachel, mi dueña legal, primero con mis labios tensos fui besando tiernamente los labios mayores de la vulva de mi dueña, para, seguidamente, deslizar mi húmeda lengua hacia el interior de su vulva, acariciando con ella sus labios menores y haciéndola resbalar con habilidad hacia el clítoris, hacia el capuchón del clítoris mejor dicho, con movimientos alternativos, hacia arriba y hacia abajo una y otra vez, mientras mis labios realizaban una suave succión sobre toda su zona genital, buscando que mi dueña se relaje completamente, que sus caderas y muslos dejen de estar tensos para alcanzar un estado de total relajación. En un momento dado ella (la señora Rachel) posó sus dos manos sobre mi coronilla apretando con fuerza mi cabeza contra su vulva. En nuestra cultura matriarcal sólo la dueña legal puede tocar con su mano tu cabeza. Cuando lames la vulva a una mujer que no es tu dueña, ella tiene prohibido ponerte la mano sobre tu cabeza, sólo tu dueña (o dueñas) puede ponerte la mano en la cabeza mientras le haces el cunnilingus, recuerdo la sensación que tuve al notar la mano de mi nueva dueña sobre mi coronilla, esa señora me poseía completamente. A los hombres se nos enseña que cualquier mujer puede usar nuestro cuerpo libremente, sin limitación alguna excepto nuestra cabeza, no debemos permitir que una mujer que no sea nuestra dueña nos toque la cabeza, la cara sí pero la cabeza no. Sólo nuestra dueña legal nos puede tocar la cabeza con la mano. Durante el cunnilingus mi lengua acarició todos y cada uno de los recovecos de sus vulvas, tanto la de mi dueña (señora Rachel) como la de su madre, se deslizó suave y repetidamente entre sus labios menores, alrededor de sus clítoris, entrando y saliendo de sus húmedas vaginas repetidas veces. De vez en cuando yo levantaba mi mirada hacia la cara de mi señora para ver la satisfacción en su rostro, pero me era imposible debido a la espesa capa de vello púbico que cubría su monte de Venus. Normalmente en nuestro país las mujeres no se depilan, sobre todo el vello púbico, dejan que este crezca libremente sin límite alguno. A veces pienso que nuestra sagrada diosa dotó a las mujeres de vello púbico para proteger una piel tan fina y delicada pero sobre todo para proteger a las mujeres de la mirada indiscreta de los hombres mientras disfrutan del cunnilingus. Está claro que a la gran mayoría de las señoras no les gusta ser observadas por el hombre mientras gozan del placer sexual, por tanto, considerando la estupidez endémica propia de la mente masculina, nuestra diosa Venus decidió crear una generosa capa de grasa elevándose por encima del clítoris para protegerlo y remató su excelente obra con una espesa capa de pelo para salvaguardar la intimidad femenina de indiscretas miradas masculinas durante el acto del cunnilingus, un derecho para las mujeres y una obligación sagrada para los hombres. Además de no poder ver el rostro de nuestras señoras, normalmente tampoco podemos escuchar su orgasmo, pues cuando les hacemos el cunnilingus las mujeres siempre aprietan con fuerza sus muslos contra nuestra cabeza, tapando de forma completa nuestros oídos. Mis señoras estuvieron disfrutado una y otra vez de mis cunnilingus hasta quedar dormidas, fue entonces cuando me retiré a mi establo con un agudo dolor en mi lengua, sobre todo en el frenillo, dolor parcialmente mitigado por el agradable sabor de los divinos flujos femeninos en el paladar, y es que por primera vez en mi vida pude saborear el divino flujo femenino.

Entre los hombres de mi país existe una leyenda que dice que cuando una mujer disfruta de un buen cunnilingus a la luz de la luna llena, ésta entra en trance, en un éxtasis divino, pues la luna llena simboliza la llamada de la sagrada Diosa Venus a sus hijas, a las mujeres. Cuando una mujer alcanza el orgasmo a la luz de la luna llena su espíritu femenino se vuelve fluido como el agua y su mente superior inicia un viaje astral en el que puede verlo todo, absolutamente todo, pues la diosa sagrada toma de la mano el alma de la mujer para hacerla volar hasta los confines del universo. Las noches de luna llena, los hombres debemos realizar un ritual de adoración a nuestra sagrada diosa, mientras las mujeres se reúnen entre ellas y hacen otro tipo de ritual de adoración a la diosa Venus. Las señoras pueden presenciar nuestro ritual masculino de adoración a la luna llena sin ningún tipo de problema, incluso pueden interrumpirlo si lo desean. En cambio nosotros, los hombres, tenemos terminantemente prohibido (bajo pena de muerte) presenciar el ritual femenino de adoración a la luna llena y a la diosa Venus. Nunca jamás, ningún hombre de The Universal Gynecocratic Republic ha podido presenciar este ritual femenino, ni ha visto siquiera a una mujer gozar bajo la luz de la luna llena. Sospecho que de ese secretismo, y de la imaginación masculina, surge esta leyenda, pero evidentemente se trata de sólo una leyenda, nada más.

Los días pasaban y mi dueña acostumbraba a montarme como equino humano de dos patas, le gustaba pasear montada en mis hombros, cabalgarme y lucirme delante de sus amigas, sobre todo frente a la señora Wendy, la cual respondía en silencio pero con una clara expresión de ira en su rostro. Tanto mi dueña como su madre seguían a menudo usando mi lengua para su placer, además la señora Rachel me montaba usándome como caballo y su madre, la señora Julia, me obligaba a hacer todas las tareas domésticas sin excepción. Por supuesto siempre debía llevar mi correspondiente cinturón de castidad tanto dentro como fuera de casa. Además estaba obligado a hacer las tareas domésticas llevando sólo una ligera túnica de gasa blanca que me cubría hasta la mitad de los muslos. A menudo la señora Julia me daba un cachete en el culo cuando pasaba cerca de mí al hacer el trabajo doméstico, al cual yo respondía con una amplia sonrisa, tal y como un hombre de verdad debe hacer.

Una mañana, mientras la señora Rachel estaba en el instituto, me encontraba yo a cuatro patas fregando el suelo del salón cuando de repente noté como la señora Julia me levantaba suavemente la túnica desde atrás, inmediatamente giré mi cabeza y efectivamente ahí estaba ella, inclinada sobre mi culo y deslizando su dedo índice primero sobre la zona entre mis enjaulados genitales masculinos y mi ano para, finalmente, detenerse en éste y quedarse un rato acariciándolo con las yemas de sus dedos índice y corazón.

-No me mires, sigue limpiando el suelo tal y como es tu deber, esclavo.

Cumplí la orden de la señora Julia inmediatamente y seguí fregando el suelo aún con más fuerza para disimular el miedo que sentía. De repente noté como uno de sus dedos penetraba mi ano con relativa facilidad, rotándolo en sentido horario y antihorario alternativamente. Curiosamente no sentí el tacto de la piel entrando en mi ano sino el de la goma elástica. Deduzco que la señora Julia, la madre de mi joven dueña, se puso un guante de látex para penetrarme con su dedo, era como si un enorme gusano vivo de caucho blando luchase con decisión para abrir mi culo y dilatarlo al máximo. Después de notar, durante varios minutos el dedo de la señora Julia entrando y saliendo de mi culo, haciendo más grande el orificio, dilatándolo con impunidad, finalmente lo sacó de mi interior y me propinó una sonora bofetada en mis nalgas desnudas e indefensas.

-Sigue fregando el suelo, esclavo, y no te muevas de aquí.

Al cabo de un par de minutos, más o menos, oí como entraba de nuevo y volvía a situarse pegada a mi trasero. Una vez más volvió a levantarme, desde atrás, la fina túnica que llevaba puesta dejando mi ano desnudo completamente a su merced.

-El aceite de oliva tiene múltiples funciones.

Dijo la señora Julia mientras me untaba el ano con una sustancia oleosa. Pese a tener una mente masculina, y por lo tanto inferior, enseguida deduje lo que iba a ocurrir y respiré hondo varias veces procurando relajar al máximo tanto mi esfínter como todos los músculos que rodean mi ano. De repente noté un agudo dolor en mi frágil orificio, como si fuese a explotarme el culo y sentí como la señora Julia agarraba mis caderas con sus manos para, acto seguido, dar un empujón con su cintura haciendo chocar su pubis contra mis nalgas y provocándome un dolor tan intenso que sentía como si fuese a desmayarme. Como era de esperar fui incapaz de gritar y simplemente respondí con una amplia sonrisa en mis labios, tal y como me habían enseñado a responder cada vez que una señora abusaba de mí, rápidamente centré toda mi atención en el ruido del cepillo contra el suelo, en mi amplia sonrisa y en el dolor que sentía en la lengua a causa de la enorme frecuencia con la que mi dueña y su madre me mandaban hacerles el cunnilingus. Mi intención era mantenerme despierto y no desmayarme ante el insoportable dolor que sentía. Pese a todo mi esfuerzo no pude evitar derramar varias lágrimas de dolor durante un tiempo que se me hizo eterno. La señora Julia me estuvo penetrando durante bastante rato, destrozando mi culo, hasta entonces virgen, supongo que con una enorme polla de duro caucho. Finalmente noté como se dejaba caer sobre mi espalda y como una serie de varias sacudidas tensaron su cuerpo de mujer cuatro o cinco veces mientras su respiración se agitaba más y más. Deduzco que fue entonces cuando la madre de mi dueña alcanzó el clímax, pues la señora Julia se derrumbó sobre mi espalda y permaneció completamente relajada sobre mi espalda manteniendo su pene de caucho en mi interior durante varios segundos. Seguidamente se puso a darme mordisquitos en mi oreja izquierda susurrándome unas palabras que jamás olvidaré:

-Ya se que en el establo te enseñaron que los hombres deben obedecer a las mujeres y que un chico debe tener listas las manos para servirnos, las piernas para transportarnos y la lengua para complacernos. En esta casa, además, también deberás tener el culo siempre limpio, presentable y preparado para que lo folle cada vez que a mí me apetezca.

-Sí, señora, así lo haré.

Respondí dedicándole una amplia sonrisa a la madre de mi dueña. Me hubiese gustado brindarle una sonrisa limpia y clara, sin lágrimas de dolor en mi rostro masculino, pero lamentablemente no me fue posible.

Y así fue como perdí mi virginidad anal un tiempo después de perder mi virginidad bucal. Con el tiempo aprendí a controlar mejor el dolor y conseguí no llorar cada vez que la señora Julia rompía mi culo con su enorme polla de caucho. Mi dueña, la señora Rachel, no sabía que su madre me enculaba regularmente, por supuesto yo jamás se lo comenté, pues un hombre de verdad debe seguir la regla de oro: “oír, ver y callar con una sonrisa en los labios”.

Pasaron los meses y yo seguía haciendo todas las tareas domésticas, realizando además mi función de “siervo de bienvenida”, siendo montado como caballo por mi dueña, la señora Rachel, y siendo enculado periódicamente por la madre de ésta, la señora Julia. Menos mal que, por la noche, iba a dormir al establo, por supuesto y ahí podía descansar por la noche. Y fue en el establo mientras intentaba dormir cuando una noche noté un ruido fuera, me asomé entre temeroso y curioso cuando sentí como de la nada apareció una cuerda oprimiendo mi cuello y tirando de mí hacia fuera. Iba a gritar cuando frente a mí apareció su cara coronada por aquella frondosa cabellera pelirroja, era la señora Wendy y, con su dedo índice sobre mis labios me indicaba que callara y guardara silencio. Ella me sacó del establo, me montó a dos patas, como tiempo atrás cuando yo era propiedad de sus madres, seguidamente me cabalgó hasta la playa, en plena noche. Una vez en la playa ella se desnudó y se bañó en el agua del mar mientras a mí me dejó atado a un árbol. Una vez salió vino a desatarme, luego se tumbó en la arena de cara a la luna (que estaba en cuarto creciente) y separó sus piernas mostrando su pubis cubierto de una espesa capa de cabello rojizo hacia el brillante astro. La señora Wendy se quedó mirándome y poco a poco deslizó sus dedos entre sus labios mayores acariciando su vulva mientras me miraba a mí y a la luna alternativamente. La cara de la señora Wendy expresaba cada vez más y más placer y, en un momento dado me ordenó acercarme y lamer su vulva. Como hombre nacido y criado en The Universal Gynecocratic Republic no pude negarme y cumplí su orden al instante, me arrodillé frente a ella y empecé a lamer su pelirroja vulva con pasión, tal y como se me ha enseñado. Por fin notaba en mi boca la esencia de la señora Wendy, su flujo sagrado mujer mezclado con el sabor salado del agua marina invadía mi paladar mientras mi lengua se deslizaba a lo largo y ancho de la vulva de la señora Wendy, aquel olor tan característico me estaba dejando embriagado. Y entonces ocurrió lo que jamás esperaba que ocurriera: la señora Wendy posó sus dos manos sobre mi coronilla y apretó con todas sus fuerzas mi cabeza contra su vulva. Inmediatamente a mí me entró un escalofrío de temor, la señora Wendy estaba incumpliendo las leyes de nuestra república matriarcal, pues ella no era legalmente mi dueña, sino la señora Rachel, así que estaba obligado a quitar sus manos de mi cabeza, pero no lo hice, no fui capaz de hacerlo, después de tantos años siendo sometido por la señora Wendy fui incapaz de plantarle cara y separar de mi cabeza sus manos femeninas que, en aquel momento, estaban usurpando una propiedad privada. Simplemente seguí lamiendo su vulva hasta que ella alcanzó el orgasmo. Sólo la luna, y por tanto nuestra sagrada diosa Venus, que brillaba alta en el firmamento fue testigo de aquella usurpación momentánea de la propiedad de la señora Rachel.

A partir de ese instante y de forma continuada los secuestros nocturnos de la señora Wendy se fueron incrementando más y más, empezaron con uno o dos a la semana hasta los cuatro o cinco semanales, de forma que yo ya no podía ni descansar por la noche. El agotamiento fue haciendo mella en mi rendimiento y la señora Rachel empezó a notar que mi rendimiento estaba bajando cuando me montaba a caballo, además descubrió las pequeñas marcas que los mordisquitos de su madre, la señora Julia, me dejaba en las orejas cada vez que me las mordisqueaba después de encularme. Así que la señora Rachel empezó a sospechar que algo pasaba durante el tiempo en que ella iba al instituto y yo quedaba al cuidado de su madre. Un día mi dueña le dijo a su madre que se iba a casa de una amiga suya a estudiar durante toda la tarde y salió de casa, la señora Julia me ordenó hacer las tareas domésticas como de costumbre y al cabo de un rato apareció con su enorme polla de caucho firmemente sujetada con correas a su entrepierna y el frasco de aceite de oliva en su mano, también como de costumbre, para empezar a encularme. No habían pasado ni tres minutos desde que la señora Julia empezó a destrozarme el culo cuando se abrió la puerta y entró la señora Rachel, pillando a su madre “in fraganti”.

-Ahora entiendo porque mi caballo no tiene la energía que tenía antes y está bajando su rendimiento cada vez que lo monto. Le estás destrozando el culo y así no puede correr como debería. Este esclavo es legalmente mío, mamá, no lo olvides.

La señora Julia inmediatamente dejó de encularme, se apartó de mí, y trató de consolar a su hija.

-Lo siento cariño, pero ver sus nalgas meneándose cuando friega el suelo me ha excitado muchísimo y no he podido evitar el comprar este strap-on para encularlo. Ven mi amor, póntelo y prueba de encularlo tú también, verás como disfrutas.

La señora Rachel se quedó sin palabras, la tensión entre madre e hija se notaba en el aire. De repente la señora Rachel rompió a llorar y se encerró en su cuarto, la señora Julia llamó a su puerta.

-Cariño, ábreme por favor, podemos hablar y tratar cualquier tema, soy tu madre.

Yo continué haciendo mis labores domésticas, haciendo ver que no oía nada, y seguí fregando el suelo como era mi deber en ese momento.

Pasaron como dos horas cuando la señora Rachel abrió la puerta a su madre. Así que estuvieron hablando como dos horas más cuando las dos señoras salieron, del cuarto de mi dueña, riendo entre ellas y aparentemente contentas, sin duda habían hecho las paces. Durante todo ese tiempo yo había seguido fregando el suelo, como era mi deber, que ya estaba completamente limpio y brillante de punta a punta de la casa, mis rodillas estaban deshechas, pero eso es lo de menos. Vi como madre e hija se dirigían a mí y como esta vez era la señora Rachel, mi dueña, la que tenía puesto, bien ajustado a sus caderas con correas, el strap-on con el enorme dildo de caucho.

-Sigue fregando el suelo, fiel esclavo, esta vez va a ser mi hija la que te va a destrozar el culo, de esta forma forma se convencerá de que las enculadas no perjudican tu rendimiento, sino que bien al contrario lo incrementan pues el dolor te hace estar más atento y los golpes de nuestro pubis contra tus nalgas sirven de masaje para relajarlas y fortalecerlas.

Yo seguía a cuatro patas cuando la señora Rachel se colocó detrás mío y su madre, la señora Julia, encajó mi cabeza entre sus muslos apretando mi cuello fuertemente para dejarme completamente inmóvil, seguidamente separó con sus manos mis nalgas para facilitar el acceso de su hija a mi ano, para facilitar que la señora Rachel me enculara libremente.

– Todo tuyo, Rachel, encúlalo con energía y sin miedo, recuerda que los hombres han nacido para sufrir y nosotras, las mujeres, hemos nacido para gozar, no lo olvides nunca hija mía.

La señora Rachel empezó a encularme, primero poco a poco pero fue incrementando la velocidad y la energía más y más, yo apenas podía mover mi cuerpo, ni siquiera respirar al tener mi cuello y cabeza atrapados fuertemente por los generosos muslos de la señora Julia. Finalmente la señora Rachel alcanzó el orgasmo, no pude oírlo porque tenía las orejas tapadas por los muslos de la madre de mi señora, pero noté como unos intensos espasmos de placer sacudían su joven cuerpo femenino, además de notar como sus manos apretaban con fuerza extrema mis nalgas. Seguidamente noté como muy poco a poco la señora Rachel iba sacando el enorme dildo de caucho de mi interior, dejando un enorme agujero tras de sí, dejando mi culo totalmente estirado y destrozado. Al retirar totalmente aquel monstruo de mi interior ya no había frontera entre mis entrañas y el mundo exterior y noté como el aire entraba en mi vientre sin oposición alguna, la señora Rachel, sin duda, había abusado de mi frágil ano de forma todavía más intensa y salvaje de lo que hasta entonces había hecho su madre, la señora Julia, posiblemente dolida porque ésta le había ocultado que abusada de mi culo a sus espaldas. Finalmente la señora Julia aflojó sus muslos liberando mi cuello y cabeza y pude oír como esta aplaudía a su hija.

-Bravo cariño, estoy orgullosa de ti. Has literalmente destrozado el culo de este macho. Yo no hubiese sido capaz de hacerlo mejor.

Pese al profundo mareo que sentí, no se si por el intenso dolor o la falta de aire provocada por la presión de los muslos de la madre de mi dueña sobre mi cuello, logré ponerme de pie y dedicar una amplia sonrisa tanto a la señora Rachel como a su madre. Esta vez no derramé ni una lágrima, y es que como hombre de verdad que era logré canalizar mi dolor de forma apropiada.

-¡Gracias mamá! He disfrutado muchísimo. A partir de ahora avísame siempre que quieras abusar de su ano y encularemos a este macho juntas, como madre e hija que somos.

-¡Excelente idea Rachel! Esto incrementará la complicidad madre e hija y nos unirá todavía más. Por favor perdóname por haber estado abusando de él a tus espaldas. En cuanto a la bajada del rendimiento de este macho cuando lo montas a caballo, me temo que se trata de un caso de vagancia por falta de estímulo. Pero no te preocupes porque tengo la solución.

La señora Julia desapareció yendo hacia el armario de su cuarto y al rato apareció con una vara de castigo para caballos.

-Aquí tengo lo que necesitas, hija, tómala, es toda tuya y no dudes en usarla cuando montes a este macho, de esta forma evitarás que siga volviéndose un equino holgazán.

-Por supuesto mamá, así lo haré.

Acto seguido la señora Rachel me propinó un fuerte azote en las nalgas que me provocó un agudo gemido de dolor. Las dos señoras madre e hija rieron satisfechas y yo no pude evitar dedicarles una amplia sonrisa. Los hombres de verdad sonríen a las mujeres cada vez que estas ríen y son felices, no importa el dolor sufrido ni tampoco el tipo de humillación recibida. Los hombres siempre debemos sonreír cuando una mujer expresa felicidad y alegría.

Y así fue como mi vida pasó a estar al límite. De día realizaba todas las tareas domésticas, además de cumplir con mis deberes como “siervo de bienvenida”, también complacía con mi lengua a mis dos señoras: Rachel y Julia, su madre, haciéndoles largos y placenteros cunnilingus, sin olvidar las salvajes enculadas que sufría cada vez que a ellas les apetecía. No hace falta recordar que muchas noches la señora Wendy me secuestraba del establo para cabalgarme hasta la playa donde además debía complacerla con un buen cunnilingus después de su baño en el mar. Por supuesto que mi dueña, la señora Rachel, exigía que cumpliera con mi función equina, montándome a dos patas para ir a donde ella decidiera. Con tanto esfuerzo y trabajo, cada día estaba más y más cansado y eso lo notaba la señora Rachel que cada vez azotaba mi espalda y culo con más y más fuerza, logrando que la vara de castigo que su madre le había regalado aquel día marcara mi piel profunda e impunemente. A todo esto yo siempre respondía con una amplia sonrisa en mi boca, no me importaba si era para la señora Julia, su hija (la señora Rachel), o para la señora Wendy. Yo siempre respondía con una sonrisa y por supuesto seguía la regla de oro: “oír, ver y callar”.

Hasta que llegó un punto de no retorno, llegó un momento en el que no podía aguantar más: mi lengua y labios estaban siempre adoloridos e inflamados de tanto hacer cunnilingus, mis piernas y muslos estaban agotados de tanto ser montado y cabalgado a caballo, mi culo estaba siempre reventado por las salvajes enculadas de la señora Rachel y su madre (la señora Julia) y mi espalda y nalgas estaban siempre marcadas por los azotes de la señora Rachel.

Así que decidí huir. Una noche, mientras la señora Wendy se bañaba en el agua marina y yo estaba atado en el árbol me pareció ver algo que flotaba en el mar, justo en el la zona en que acababa la orilla y comenzaban las rocas. Un poco más tarde, mientras le hacía el cunnilingus noté como sus caderas, muslos y nalgas se relajaban al máximo y me decidí a levantar la mirada disimuladamente hacia su divino rostro femenino, lo hice de forma muy sutil y siempre asegurándome de que mi mirada quedaba semi oculta tras su espesa mata de rojizo vello púbico. Aproveché que la señora Wendy se quedó en estado a medio camino entre el placer y el sueño para acercarme disimuladamente al lugar en cuestión, donde pude comprobar que se trataba efectivamente de una barca. Era una barca atada a una de las rocas. Así que cada vez que la señora Wendy me llevaba a esa playa me fijaba en la barca y pude comprobar como siempre estaba atada a la misma roca y con el mismo tipo de nudo, por lo que pude deducir que nadie la estaba utilizando y que, por lo tanto, aquella barca estaba abandonada.

Así que ideé un plan de huida que iba a realizar en la próxima luna llena. La señora Wendy estaba encantada con mis cunnilingus y es que, además de esforzarme al máximo, la experiencia adquirida con mi dueña legal y su madre estaban haciendo desarrollar al máximo mis habilidades con la lengua, los labios y la boca en general. Como ya he dicho, durante la luna llena hombres y mujeres debemos hacer unos rituales específicos de adoración. Se dice que las mujeres entran en éxtasis pues al parecer toman contacto con la divina diosa Venus. La señora Wendy me decía que gozaba tanto con mis cunnilingus que estaba dispuesta a saltarse el próximo ritual femenino de la luna llena para disfrutar a solas conmigo en aquella playa (nuestra playa) frente a la Diosa Sagrada, la próxima luna llena tocaba el siguiente sábado, 24 de julio. Así que durante el día, cada vez que podía escaparme del control de mi dueña legal, la señora Rachel, guardaba los restos de pan que sobraban de la comida para almacenarlos como víveres en un saco que escondí dentro de la barca, también conseguí dos recipientes de cinco litros cada uno para llenarlos de agua dulce y finalmente un cuchillo de hoja muy afilada que también escondí en la barca. De noche, cuando la señora Wendy me llevaba a la playa, yo miraba disimuladamente hacia la barca para comprobar que ahí seguía con su bolsa de víveres, cuchillo y recipientes de agua dulce escondidos en ella.

Por fin llegó la noche del sábado 24 de julio, recuerdo que estaba muy nervioso y excitado ante la proximidad de ejecutar mi plan de huida. ¿Y si algo salía mal? ¿Y si la señora Wendy no entraba en trance divino, me veía y nadaba hasta la barca para abortar mi huida? Miles de ideas me pasaban por la mente. Por fin la señora Wendy vino al establo a secuestrarme y me cabalgó hasta la playa, yo estaba contento y preocupado a la vez: por fin iba a huir de aquella vida y disfrutar de un futuro en libertad, pero también dudaba en si estaba haciendo lo correcto, pues mi vida era el matriarcado, mi país era The Universal Gynecocratic Republic. Finalmente llegamos a la playa, nuestra playa, la señora Wendy me ató a uno de los árboles y se desnudó para tomar su baño marino, esta vez levantaba sus brazos hacia la luna llena, que brillaba como nunca en el firmamento, mientras gritaba unas palabras que apenas podía entender, deduje que invocaba a la diosa Venus, la señora Wendy lanzaba con sus brazos y manos agua de mar hacia la luna salpicando la superficie con energía. Mientras tanto yo, de reojo, miraba la barca que, en unos instantes iba a llevarme a la libertad si todo salía según lo planeado. Una vez la señora Wendy salió del agua me desató y se tumbó en la arena mostrando su vulva a la luna llena y me hizo la señal para que empezara con el cunnilingus. Pero noté como esa noche la señora Wendy estaba cambiada, tenía un brillo especial en sus bonitos ojos que, me dio la sensación de haber cambiado de color, además su forma de moverse y de caminar era distinta, con más determinación con más seguridad en sí misma. Era como si la persona que salió del mar fuese otra mujer y no la señora Wendy, pese a yo saber (y estar convencido) que era ella. Empecé con el cunnilingus y enseguida noté un sabor extraño, era como si el agua del mar estuviese más salado o el flujo divino de la señora Wendy hubiese cambiado. El caso fue que, pese a notar un sabor distinto, seguí haciendo el cunnilingus con pasión y esmero. Deseaba que la señora alcanzara uno de los orgasmos más intensos de su vida para que después de la descarga de placer se quedase dormida y así poder escapar. En un momento dado, cuando la señora Wendy tensó todo su cuerpo pasó algo extraordinario: noté como mi boca se colmaba con una enorme cantidad de líquido, de flujo procedente de la vulva de la señora, flujo que me apresuré a tragar para no ahogarme ante el peligro de que penetrara en mis pulmones. Seguía tragando su flujo divino cuando de repente la señora Wendy tensó todo su cuerpo, para, acto seguido, relajarse completamente, pero el tono muscular no era el de un cuerpo relajado, mis manos y mejillas sintieron como si sus muslos y caderas se hubiesen convertido en agua, en líquido. Y justo en ese momento la señora Wendy empezó a gritar frases en un idioma extraño, un idioma desconocido para mí. Me asusté muchísimo, tanto que no me atreví a abrir los ojos, simplemente me levanté con los ojos cerrados, bien apretados para no ver absolutamente nada, me giré y corrí a ciegas hacia donde calculaba que estaba la barca, tropecé con algo, supongo que fue una roca, pero me levanté enseguida y seguí corriendo hasta que noté como mis pies pisaban el agua y mis piernas se abrían camino por el mar. No es una leyenda, es cierto, el trance de las mujeres durante el ritual femenino de la luna llena es absolutamente real. De repente abrí los ojos y vi la barca frente a mí, a unos 30 metros aproximadamente, seguí corriendo hacia ella, de fondo oía las palabras ininteligibles de la señora Wendy, ella seguía con su trance pero no me atreví a girarme, no me atreví a mirarla ante el temor a un castigo divino. Rápidamente alcancé la barca, cogí el cuchillo y corté la cuerda que la ataba a la roca, la corriente marina hizo el resto mientras yo seguía con la vista fijada en el mar abierto, en el oscuro horizonte, incapaz de girar la mirada y es que estaba aterrorizado. Poco a poco los gritos de la señora Wendy se hicieron más y más lejanos hasta que dejé de oírlos. Me encontraba en mar abierto y sólo la voluntad de la sagrada Diosa Venus conocía cuál iba a ser mi destino.

Al cabo de cuatro días a la deriva, en los que agoté las provisiones y el agua dulce, la corriente marina me llevó hasta tierra firme, concretamente hasta un espigón donde unos pescadores me recogieron, me dieron agua y algo de comer y me llevaron ante las autoridades. Por lo que pude averiguar había llegado a zona patriarcal y aquellos señores me hicieron muchas preguntas sobre como era la vida en The Universal Gynecocratic Republic. Ahora me arrepiento de haber cogido aquella barca y haber estado a la deriva a merced de la corriente llegando a zona masculina. Lo primero que me sorprendió del mundo patriarcal es que aquí hay muchos hombres que no se afeitan, de hecho los mismos pescadores que me recogieron en aquel espigón tenían barba. Enseguida entendí que esta sociedad no tiene en cuenta el placer de las mujeres y eso es muy grave. Una sociedad que no prioriza el bienestar y el placer femenino es una sociedad condenada al fracaso. Una comunidad que no considera la felicidad de las mujeres como algo fundamental es una comunidad incapaz de sobrevivir, de evolucionar, de desarrollarse. En mi país, en mi república matriarcal, un hombre no podía salir a la calle si estaba mal afeitado o sin afeitar porque las mujeres se lo tomaban como una ofensa y lo más común es que fuese abofeteado o agredido por éstas. En cambio en este repugnante patriarcado los hombres pasean libremente con barba, bigote, perilla o directamente sin afeitar sin ningún tipo de pudor ni de vergüenza. Ahora veo las cosas mucho más claras: y es que prefiero morir siendo enculado por la señora Julia, siendo montado por la señora Wendy o por mi dueña, la señora Rachel, o fallecer haciéndoles el cunnilingus a cualquiera de las tres que estar un día más en esta asquerosa sociedad patriarcal que humilla a las mujeres, que las maltrata, que las reduce a la nada, a la esclavitud de género. Las mujeres son diosas, los hombres hemos nacido para servirlas y obedecerlas. Todo lo que se separe un milímetro de estas verdades es atentar contra la naturaleza misma, contra nuestra madre Tierra, es atentar contra las leyes del Universo y contra nuestra sagrada Diosa Venus. El patriarcado es un sistema perverso y antinatural, un sistema que humilla a las mujeres y agrede constantemente la naturaleza y el medio ambiente está destinado a la autodestrucción. Ahora entiendo que yo mismo traicioné a mi propio destino, cada vez que veo como en esta asquerosa sociedad machista y patriarcal se humilla a una mujer, se la golpea, se la agrede, se la mutilan los genitales, se la asesina, se la viola, se la menosprecia, se la señala, se la juzga, se la violenta, se la hace llorar, se la reprime, se la niega el derecho al placer, se la anula y demás siento como para mí es mucho más duro de soportar que cualquier mala experiencia sufrida en The Universal Gynecocratic Republic, incluso en los momentos más duros en los que vivía agotado por el abuso continuado de mis señoras hacia mi persona.

Mi destino era morir en mi país, acabar mi vida en mi república matriarcal mientras era montado a caballo por una señora, siendo azotado por ésta o mientras la complacía con un cunnilingus. Ése era mi destino que yo he traicionado y ahora debo pagar esa traición hasta el fin de mis días. De hecho no hay día ni noche en la que no maldiga a aquella barca abandonada en la playa que encontré durante aquellas noches en las que complacía a la señora Wendy con un profundo y completo cunnilingus con el que ella quedaba en éxtasis al alcanzar el orgasmo, orgasmo femenino al que yo respondía con una amplia sonrisa en mis labios.


El hecho de que este macho, L71014H, declare que desea fervientemente volver a nuestra amada república demuestra que sabemos como tratar a nuestros hombres y significa que estamos haciendo bien las cosas, estimadas hermanas. Si, según su propio testimonio, este macho escapó de nuestra república la noche del 24 de julio y estuvo cuatro días a la deriva quiere decir que llegó a zona patriarcal hacia el 28 o 29 de julio. Nos enorgullece saber que en menos de dos meses ya se ha arrepentido de la estupidez que hizo al huir de nuestro país. De todas formas nunca está de más hacer autocrítica para mejorar y conseguir un país todavía más perfecto y agradable para nosotras, las mujeres. Cada hermana que saque sus propias conclusiones sobre la lectura y por supuesto que haga autocrítica si piensa que es necesario. Nuestras representantes políticas ya están estudiando este testimonio para mejorar el funcionamiento de nuestro país, para perfeccionar nuestro matriarcado.

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