Antiguo Egipto

Había una vez… Egipto Antiguo: la cuna de las civilizaciones modernas, un imperio capaz de crear la obras arquitectónicas más impresionantes que ha conocido la humanidad desde tiempos inmemoriales, y como no, un matriarcado. A día de hoy nuestras hermanas han descubierto que no existieron faraones sino faraonas y que la mujer egipcia tuvo el poder absoluto sobre los hombres durante todo el imperio tanto en el alto, como en el bajo Egipto.

Egipto fue gobernado por mujeres que reinaron el imperio e instauraron sucesivos matriarcados, debemos citar a las faraonas: Neferusobek, Nitocris, Hatshepsut, Tausert, Neithotep, Khentkaus, Nefertiti, Merneith, Cleopatra, Tiyi… Una enorme lista de mujeres que dirigieron ejércitos, conquistaron otras civilizaciones patriarcales y organizaron sociedades profundamente matriarcales en los que las mujeres dirigieron la vida social sometiendo de forma constante, permanente y sostenida en el tiempo a los hombres, salvo en contadas excepciones. De forma puntual en momentos muy concretos del imperio algunos hombres, influidos por infiltrados extranjeros procedentes de sociedades patriarcales, se rebelaron para someter a las mujeres y subvertir el orden matriarcal. Estas revueltas, la más famosa de ellas fue la acaecida en la época de la faraona Hatshepsut (XVIII dinastía), fueron extinguidas en muy poco tiempo gracias a la habilidad e inteligencia natural propias del sexo femenino.

Las sucesivas sociedades matriarcales, del Antiguo Egipto, se fundamentaron en el culto a la diosa Hathor, la referente egipcia de nuestra sagrada diosa Venus, que aparece representada en forma de mujer (con cabeza humana o de leona) con un disco solar en la cabeza sobre el que aparece una serpiente (en clara referencia a nuestra Historia Sagrada) y con un bastón de mando en una mano y el símbolo Ankh en la otra. Dicho símbolo, Ankh ☥ (antecedente de nuestro símbolo de Venus ♀), representa la adoración de las mujeres hacia su faraona y, a la vez, hacia la diosa sagrada. En el Antiguo Egipto, por todas partes podemos encontrar representaciones de mujeres besando y adorando a Ankh como forma de comunión con la diosa Hathor.

Por orden de las sucesivas faraonas, las mujeres egipcias esclavizaron a los hombres obligándoles a trabajar sin descanso en la construcción de templos de adoración a la diosa Hathor que simboliza el poder femenino y la superioridad moral y natural de la mujer frente al hombre. Destacan las “maestras”, mujeres arquitectas que dirigían muy de cerca la construcción tanto de palacios, como de templos o, también, de pirámides. Estas “maestras” utilizaban maquillaje para pintarse una gruesa línea verde en los párpados inferiores de los ojos simbolizando, con ello, la visión de Hathor, la diosa sagrada, que a través de los ojos de la “maestra”, veía las construcciones y edificaciones que se realizaban.

Otras mujeres de considerable influencia y que despertaban una indiscutible admiración y respeto en la vida matriarcal del Antiguo Egipto eran las “estrigas”: señoras con un amplio conocimiento del poder de las plantas y sus sustancias. A diario estas mujeres recogían, de las orillas del Nilo, todo tipo de hierbas y plantas para hacer medicinas, pócimas o maquillajes. Como muchas mujeres acudían a ellas no sólo en busca de medicinas que curaban el sagrado cuerpo femenino, sino también buscando consejo espiritual, las “estrigas” se convirtieron en guías emocionales y se las representaba con un buitre en la cabeza, ya que, popularmente se consideraba que estas mujeres todo lo veían como el buitre que, al tener la capacidad de volar a una magnífica altura, se creía que este ave todo lo veía.

A través de murales y jeroglíficos nuestras hermanas egiptólogas han estudiado como era esas sociedades, mientras los hombres están muy poco representados y siempre bajo la forma de mano de obra esclava, las mujeres aparecen siempre sonrientes y realizando todo tipo de labores: comerciando, cantando, tocando algún instrumento musical, haciendo deporte… Algo que llamó la atención de nuestras hermanas fue la gran cantidad de murales en los que se representan a niñas jugando libremente en la naturaleza, sobre todo en las orillas del Nilo: muchachas riendo, saltando, corriendo, haciendo volar cometas, cogiendo flores o frutos aromáticos… Este dato nos da una idea de la enorme importancia que tenía para la mujer egipcia garantizar una infancia feliz y saludable a las nuevas generaciones de niñas, de mujeres del mañana.

Especial atención merece un mural en el que aparecen representadas mujeres batiendo palmas junto a otras que están tocando instrumentos musicales de viento mientras varias muchachas adolescentes bailan prácticamente desnudas, ataviadas con un fino cinturón dorado que apenas cubre su zona genital femenina. Las muchachas bailan alegremente moviendo sus brazos al cielo. Nuestras hermanas arqueólogas están convencidas de que se trata de una representación de la “fiesta de la pubertad” que celebraban las mujeres egipcias en honor a las muchachas que cumplían 14 años y entraban en esta etapa de la vida. En el Antiguo Egipto, el inicio de la pubertad simbolizaba un cambio considerable en la vida de las adolescentes ya que legalmente, a esa edad, podían empezar a adquirir ciertas responsabilidades sociales: comerciar, manejar dinero, comprar y vender esclavos… Nuestras hermanas no tienen duda alguna sobre la simbología de la “fiesta de la pubertad”: La música que tocan las mujeres adultas con los instrumentos de viento tiene como función “elevar” a las muchachas hacia la diosa Hathor pues, a partir de la pubertad las adolescentes ya pueden adorarla e invocarla libremente. Las mujeres que baten palmas lo hacen para “retener” a las muchachas en la tierra con un claro mensaje: “Como mujeres deberéis adorar e invocar libremente a la diosa Hathor siempre que lo deseéis pero es muy importante que jamás dejéis de tener los pies en el suelo y la cabeza fría”. El cinturón simboliza el río Nilo, origen del poder del imperio, y la posición éste, situado en la cintura de las púberes apenas cubriendo su zona genital, tiene un significado claro y directo: “El imperio de Egipto siempre será un matriarcado, las mujeres siempre tendrán el poder porque las hijas lo heredarán de sus madres y las nietas de sus abuelas por los siglos de los siglos con la ayuda de nuestra adorada faraona y la guía de nuestra sagrada diosa Hathor.”

El enigma del jeglorífico

ATENCIÓN: Finalmente el misterioso jeroglífico encontrado por nuestras hermanas arqueólogas en el tempo de la Diosa Hathor ha podido ser descifrado e interpretado por un grupo de jóvenes estudiantes que han dedicado su tesis doctoral a ello. Las jóvenes han estudiado minuciosamente los símbolos y los han comparado uno a uno por separado y entre ellos para, finalmente, obtener el significado definitivo. Se trataría del aplastamiento, por parte de la faraona Hatshepsut de la dinastía XVIII, de una rebelión masculina liderada por un forastero procedente del norte que intentó sublevar a los esclavos en contra del omnipresente poder femenino.

La faraona Hatshepsut contempla su matriarcado

La faraona

Hatshepsut, la suprema faraona de la XVIII dinastía contempla su imperio, un extenso matriarcado que abarca las dos orillas del Nilo desde su desembocadura hasta prácticamente su nacimiento. En dicho estado las mujeres tienen todo el poder y la paz, la tranquilidad y la prosperidad económica son la tónica dominante.

Machos esclavos en el matriarcado de Hatshepsut

Esclavos masculinos

El desarrollo económico se debía en gran medida al uso de mano de obra masculina que las mujeres utilizaban en beneficio propio. Los hombres, esclavos todos, hacían las tareas más duras: picar piedra, remar, moler el grano, transportar piedras, etc… Frecuentemente las mujeres humillaban y maltrataban a los hombres para recordarles su condición de esclavos.

La faraona disfrutando libremente del placer

Placer y libertad

Hatshepsut disfrutaba de su cuerpo cada vez que le apetecía, como toda mujer libre gozaba del placer sexual y de su condición de mujer poderosa, pero lo hacía siempre en completa soledad, pues no encontraba interés en ninguna de sus súbditas y mucho menos en sus estúpidos esclavos, hombres sin valor ni dignidad que no despertaban emoción alguna.


Extranjero infiltrado entre los esclavos

Forastero intruso

Un día un extranjero muy joven, con acento de un idioma del norte, se infiltró entre las cuadrillas de esclavos y les aleccionó con un discurso revolucionario animándoles a que se rebelaran contra el poder femenino y esclavizaran a todas las mujeres para acabar con el matriarcado egipcio que tanto oprimía al sexo masculino desde hacía siglos.

Al principio la revuelta tuvo éxito

Éxito inicial

Al principio muchos hombres siguieron al forastero y se unieron a su lucha librándose de sus ataduras y negándose a obedecer órdenes por parte de las mujeres. Al grito de “Muerte al matriarcado” centenares de hombres se liberaron rompiendo todas sus cadenas y plantando cara al ejército femenino de la faraona Hatshepsut que corrió a controlar la rebelión.

La revuelta fue sofocada y los rebeldes apresados

Derrota masculina

Las féminas egipcias invocaron a la diosa Hathor para que ayudase a acabar con la rebelión. Las mujeres entendieron la gravedad del momento histórico y todas ellas, desde las chicas adolescentes hasta las más ancianas corrieron al palacio de Hatshepsut para ofrecerse a ayudar a sofocar la revuelta. Finalmente los rebeldes fueron derrotados y apresados.


El forastero fue entregado a la faraona

Apresado el líder

El extranjero, responsable de la revuelta y cabecilla de los rebeldes, fue apresado y entregado a Hatshepsut que lo condujo, convenientemente amordazado y atado de pies y manos, al templo de la diosa Hathor para ofrecérselo en sacrificio en agradecimiento por su ayuda divina en la derrota de los hombres malditos que habían desafiado al matriarcado en el que la faraona reinaba.

Hatshepsut prepara el sacrificio del forastero

Ofrenda a Hathor

Hatshepsut encendió el fuego sagrado de la diosa Hathor y colocó sobre la llama la cadena metálica que enlazaba con el pene del forastero. Todo sacrificio masculino, dedicado a la sagrada diosa, se debe hacer a través del dolor (puesto que el macho fue creado para sufrir) provocando al hombre un dolor tan intenso, agudo e insoportable que acaba muriendo.

El pene del forastero sobre la piedra sagrada

Piedra de Hathor

La faraona colocó el pene del forastero, abrasado por el fuego, sobre la piedra sagrada del sacrificio, a la que ató las piernas del hombre, para proceder al acto final, debía ofrecer el alma de aquel extranjero, que había osado desafiar su matriarcado, a la sagrada diosa. Una vez el pene quedó bien aplastado, Hatshepsut se dispuso a realizar la última parte del sacrificio.

Hatshepsut ajustándose las correas del Minphal

El sacrificio

Una vez el pene quedó bien aplastado y mientras el forastero comenzó a emitir unos agudos gruñidos de dolor, ahogados por el grueso rollo de papiro que tenía insertado en su boca a modo de mordaza, la faraona (con ayuda de unas correas) se colocó en la entrepierna el Minphal, un grueso y largo falo de Cyperus, la planta de tallo duro y enorme con la que se completa el sacrificio.

El forastero vejado y humillado por Hatshepsut

Enculado sin piedad

Hatshepsut empezó a encular sin piedad al extranjero alborotador mientras invocaba a la diosa sagrada: “Oh diosa Hathor yo te ofrezco este sacrificio, toma el alma de este hombre para aumentar la grandeza de mi matriarcado”. El extranjero sentía como si doce cocodrilos del Nilo devorasen enloquecidamente sus entrañas y su pene, un dolor insufrible se adueñó de su cuerpo.

El sacrificio se alargó durante horas

Agonía infinita

Viendo que el hombre no se desmayaba la faraona, mientras seguía invocando a la diosa, apretó su vientre y tensó los músculos de sus piernas y abdomen al máximo para forzar el culo del extranjero más y más comprobando impotente como había introducido la totalidad del Minphal sin que el forastero perdiera el conocimiento, finalmente tras dos horas de agonía el hombre se desplomó.

Derrama esencia irritante sobre el pene

El forastero vive

Creyéndolo muerto, Hatshepsut liberó al extranjero de todas sus ataduras y abrió la piedra de la diosa Hathor para sacar su pene inflamado, haciendo caer al suelo al desgraciado macho. La faraona no podía salir de su sorpresa cuando, al golpear su cuerpo con el suelo, el forastero recobró la consciencia. Por alguna razón la diosa sagrada había rechazado aquel sacrificio. La faraona entre contrariada y enfadada derramó esencia de thebaica, una planta extremadamente irritante y urticante, sobre el pene del forastero: “Vivirás, pero tu pene siempre sufrirá, como hombre que eres” le dijo.

El forastero lamiendo la vulva real

Hatshepsut ve la luz

Seguidamente Hatshepsut se sentó en su trono para reflexionar sobre el motivo por el que la diosa había rechazado el sacrificio. En ese momento el hombre se arrodilló a su pies y empezó a lamerle la vulva con una técnica limpia y precisa que la faraona jamás había disfrutado y que la hizo gozar de un intenso y profundo orgasmo como jamás nunca antes había sentido. La faraona se dio cuenta de que se había equivocado: aquel extranjero no estaba destinado al sacrificio, como ella creía, sino que se trataba de un regalo que la diosa Hathor la había enviado para premiarla por la prosperidad de su magnífico matriarcado.

El forastero adorando sus pies femeninos

Adorada por él

La faraona conservó al forastero como su esclavo personal y a diario le obligó a besar y adorar sus pies femeninos, delante de mandatarias y dignatarias de países lejanos para hacer gala de su inmenso poder y del carácter matriarcal de su reinado. Por supuesto Hatshepsut disfrutó libremente de aquella lengua masculina cada vez que le apeteció y gozó de su cuerpo en soledad sólo cuando ella así lo deseó. La faraona mandó hacer un jeroglífico que contara esta historia a las nuevas generaciones. Finalmente, al morir la faraona, el forastero fue sepultado vivo junto a su momia para que Hatshepsut pudiera seguir gozando eternamente.

Además de permanecer representada en forma de jeroglífico, la historia de Hatshep fue transmitida de generación en generación y, desde ese momento, las faraonas y otras mujeres de la aristocracia egipcia de dedicaron a comprar hombres capturados en los países del norte para azotarlos sin piedad con la esperanza de encontrar al esclavo perfecto que las complaciese a diario.

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