Había una vez… “S.P.Q.R.”, “Veni Vidi Vici” La invencible Roma, el imperio de imperios que durante tantos siglos dominó Europa entera fue dirigida y controlada por mujeres desde sus inicios hasta su final. Nuestras hermanas historiadoras lo han confirmado revisando información y analizando el trabajo de nuestras hermanas arqueólogas. No hubieron “emperadores” sino emperadoras, mujeres a las que, con el paso de los siglos, se les cambió el género y el nombre por orden del patriarcado.
Livia Drusila, Agripina la Mayor, Cornelia Graco, Aurelia Cota, Gala Placidia, Claudia Pulcra “Clodia”, Julia Domna, Hipatia de Alejandría, Lucrecia, Julia Livila, Valeria Mesalina, Agripina la Menor, Julia Drusila… Todas ellas fueron emperadoras, mujeres que conquistaron territorios, sometieron a pueblos y naciones, la mayoría de ellos de carácter patriarcal, para imponer un imperio de una extensión tan basta en el espacio y prolongada en el tiempo que todavía hoy notamos la influencia de su inmenso poder. Todas ellas (y muchas otras que quedaron en el anonimato) destacaron por su valentía y audacia a la hora de defender las fronteras y asegurar la consolidación de sistemas matriarcales en todos los pueblos conquistados. Las sociedades que estas féminas emperadoras impusieron estaban regidas por mujeres que, como tales, podían: poseer bienes (esclavos incluidos), comerciar con ellos, repartir las materias primas, elegir y ser elegidas como senadoras, organizarse en gremios, desarrollar la ciencia y el conocimiento, disfrutar de la creación artística de todo tipo, repartir el botín de guerra conseguido en cada victoria del poderoso y disciplinado ejército romano, etc… En infinidad de pinturas, murales o esculturas se aprecian a mujeres sonriendo, luciendo joyas y diademas lujosas, enseñando sus manos femeninas como símbolo de poder matriarcal. Por otro lado (al contrario de las mujeres, que nacían y morían libres) los hombres carecían de cualquier reconocimiento social o político y, lejos de tener la categoría de “ciudadano”, eran considerados, por las mujeres, como simple mercancías, como mano de obra esclava, o como juguetes con los que divertirse o de los que abusar.
El amor lésbico fue una constante durante todo el imperio romano, las ciudadanas se amaban las unas a las otras de forma limpia y sana, sin problemas de celos ya que las mujeres eran sinceras y transparentes las unas con las otras, como si de hermanas se tratara. Por supuesto que las romanas también tenían fantasías sexuales perversas, pero para satisfacerlas utilizaban a sus esclavos (siempre hombres o chicos) de los que abusaban libremente y a los que usaban como simples objetos sexuales o para la reproducción. En todos los templos de adoración a la diosa Venus ♀ se observan estatuas de mujeres besándose entre ellas, o a punto de hacerlo, además en las paredes de estos templos se encontraron numerosos iconos de cuerpos femeninos enseñando la vulva. Nuestras hermanas arqueólogas están convencidas de que las romanas disfrutaban del sexo y de su cuerpo libremente, sin ningún tipo de vergüenza, de pudor o de sentido de culpabilidad ya que el cuerpo femenino era considerado, por las romanas, como algo divino y sagrado, digno de ser mostrado públicamente y merecedor de adoración y de culto.
Un claro ejemplo de este hecho lo encontramos en un fresco datado de hace 2100 años encontrado en la ciudad de Pompeya, en él podemos apreciar como un esclavo le hace un cunnilingus a una mujer que posa completamente desnuda y que con su mano derecha sostiene su pierna para asegurar una obertura suficiente de su vulva y así gozar del placer del acto. Por el contrario el hombre que le hace el cunnilingus, que seguramente se trate de un esclavo de la mujer por la forma sumisa que tiene de mirar a la señora, aparece encogido, agachado y totalmente cubierto por la “servusicam”, la famosa túnica blanca que llevaban los hombres y que identificaba su condición de siervos y esclavos a perpetuidad. Sabemos que el cuerpo masculino, al contrario que el femenino, era considerado como algo sucio, inmundo y pecaminoso y que debía ser escondido bajo pena de castigo de flagelación con decenas de fuertes azotes, en la espalda o en el culo, que la dueña del esclavo debía llevar a cabo de forma pública y sin mostrar ningún tipo de clemencia o consideración.
Otro fresco muy explícito sobre las costumbres de las mujeres romanas es uno dedicado a la emperatriz Mesalina. El fresco está dividido en dos mitades: en la mitad izquierda aparece Mesalina, de perfil, con su laurel de emperatriz todopoderosa y a la derecha aparece ella misma completamente desnuda sentada sobre un esclavo también desnudo. Se cree que la misma Mesalina encargó este fresco para que la posteridad conociera su costumbre, esta emperatriz se dedicaba a molestar a los esclavos mientras dormían, entraba en sus cuadras (en Roma los esclavos dormían junto a los caballos) y les quitaba la sábana para contemplar sus asquerosos cuerpos masculinos y aquellas epidermis oscuras, tostadas por el sol, los esclavos trabajaban en el campo de sol a sol. Mesalina se sentaba a horcajadas sobre ellos con la intención de excitarlos y cuando el pene del esclavo se ponía erecto, entonces lo golpeaba fuertemente con sus puños, lo pateaba sin piedad o lo machacaba con una piedra para después escupir sobre la cara del esclavo, a veces incluso vomitar sobre ella o hasta orinar y defecar sobre el repugnante cuerpo masculino del siervo mientras le gritaba: “Das asco, eres un ser inmundo y repugnante, eres un hombre y tu cuerpo masculino es abominable y me dan ganas de vomitar.” Si esta práctica era habitual para algunas mujeres en Roma, como forma de liberar stress y relajarse, para Mesalina se convirtió en prácticamente una obsesión: si al principio lo practicaba con sus esclavos, con el tiempo empezó a visitar cuadras de otras mujeres influyentes, senadoras o patricias, para humillar y vejar también a sus esclavos. En Roma esto era “vox populi”, todas las mujeres lo sabían y mientras algunas lo aceptaban gratamente, por tratarse de la emperatriz, otras se lo tomaban con resignación ya que no les gustaba que Mesalina molestara a sus esclavos por temor a que ello pudiera afectar a su rendimiento en el trabajo.
Otro fresco significativo encontrado en Pompeya nos muestra a una joven, vestida con túnica roja y frente a una tablilla, que con su mano derecha apoya un lápiz sobre su barbilla femenina. Pegado a la izquierda de la mujer hay un esclavo, ya que su tez es oscura y viste una “servusicam”, que con su mano derecha apoya sobre su barbillas masculina un documento enrollado. Nuestras hermanas historiadoras han interpretado el fresco: se trata sin duda de una mujer de negocios (por el color rojo de su túnica) que va a vender a su esclavo o acaba de comprarlo, la mujer usa el lápiz y la tablilla para calcular el precio adecuado que pedirá por la venta del esclavo o tal vez como va a amortizar el gasto por la compra de su nuevo siervo. Mientras tanto el esclavo sostiene contra su barbilla el contrato de compra-venta que la mujer acaba de firmar o que la compradora firmará como nueva propietaria del hombre. Así era la vida en la antigua Roma: dinero, negocios, influencia y poder para las mujeres y esclavitud para los hombres. Gracias a ello el Imperio Romano conquistó Europa entera al grito de: “Roma Victor. Femina Victor” (Victoria de Roma. Victoria de las mujeres) cada vez que el ejército ganaba una batalla.
Frescos de la Villa de los misterios en Pompeya
ATENCIÓN: Finalmente el misterioso fresco encontrado por nuestras hermanas arqueólogas en la famosa “Villa de los misterios” de Pompeya y pintado hace más de 2.100 años ha podido ser descifrado e interpretado por un grupo de jóvenes estudiantes que han dedicado su tesis doctoral a ello. Las jóvenes han estudiado minuciosamente las pinturas para, finalmente, obtener el significado definitivo: Se trata de un matrimonio lésbico (como todos en la Antigua Roma) concretamente del enlace matrimonial de la hija de “la matriarca” es decir, la dueña de la casa. Si analizamos los frescos de derecha a izquierda podremos definir mejor las escenas que se muestran en ellos.
La matriarca
La dueña de la casa, madre de una de las novias, observa paciente y atentamente la escena general de los preparativos de la boda de su hija. Vestida con una túnica dorada con franjas rojas y con un mantón bordado en granate y con cenefas, la matriarca apoya la barbilla sobre su mano derecha y cruza la izquierda sobre su vientre. Tanto su vestimenta como sus gestos nos hablan de una mujer de éxito, laboriosa y audaz que hizo fortuna a base de esfuerzo y habilidad en los negocios. Aunque no podamos verlo en el fresco, sabemos que la famosa “Villa de los misterios” tenía, además de las caballerizas, dos amplios y espaciosos almacenes, lo que nos hace pensar que la matriarca amasó su fortuna gracias al tráfico de esclavo. Sabemos que los hombres apresados por el ejército romano eran comprados en lotes por señoras esclavistas que los almacenaban inicialmente en un “almacén de recepción” en el que eran clasificados y seleccionados para su posterior venta. Posteriormente, una vez clasificados, eran trasladados al “almacén de venta” en el que, los mejor valorados, eran vendidos a señoras adineradas y los que no se podían vender eran enviados al mercado para ser subastados.
La hija
Sentada en la silla de la novia, y mirando directamente a la espectadora, la hija de la matriarca se acicala el pelo con la ayuda de su doncella que se encuentra situada a su espalda. El hecho de que mire a la observadora nos hace entender que ella es la protagonista absoluta de la boda. Vemos como un niño pequeño, con alas, desnudo y con las piernas cruzadas, aguanta el espejo en el que se refleja la imagen de la novia. Se trata una tradición romana: la imagen de la novia, mientras se prepara para el enlace, debe ser sostenida por un niño de cuatro años desnudo, de pie, y con alas que cruzará sus piernas para esconder su pequeño pene. Según dicha tradición el espejo lo debe sostener con las manos un ser infantil ya que, por la inocencia del portador (representada por las alas), ese espejo reflejará una imagen pura y limpia. No puede aguantarlo una niña pues en la Antigua Roma se consideraba que todas las féminas, independientemente de su edad, eran seres divinos y, por lo tanto, perderían esa divinidad si reflejasen la imagen de otra fémina. Por otro lado la visión del pene del niño (por pequeño que fuese) sería considerado como un muy mal augurio para la novia de cara a la boda.
Llorando y bailando
A la izquierda de la hija de la matriarca encontramos a las amigas de las novias preparando el baile con alegría y jovialidad. Una de ellas, en cambio, llora desconsoladamente sobre el regazo de otra. Posiblemente llore por alguna desilusión amorosa o porque esté enamorada de una de las novias. Las romanas expresaban en público sus sentimientos, sin complejos y de una forma libre y sana, de esta forma evitaban sentimientos negativos como el rencor. Su amiga la consuela mientras mira al cielo, seguramente lamentando ante la sagrada diosa Venus el destino amoroso de su amiga plañidera. Otra amiga, de espaldas a la observadora y completamente desnuda, ensaya el baile alzando los brazos al cielo seguramente para resaltar los hermosos atributos de su divino cuerpo femenino. Finalmente la cuarta amiga sostiene el “laurus erat procera” un palo de tres metros coronado con hojas de laurel que las amigas pondrán encima de la cabezas de las novias cuando éstas se den el primer beso una vez estén casadas para que, según la tradición, sean felices el resto de sus días y puedan gozar de un matrimonio gozoso, próspero y alegre.
Doncellas y regalos
En el siguiente fresco podemos ver a las tres doncellas encargadas de velar por los regalos de boda que cubren con una tela de terciopelo granate, el color de la riqueza material para las romanas. Especialmente valorados eran los regalos relacionados con el placer, sobre todo los juguetes sexuales que las mujeres se regalaban libremente, principalmente en las bodas: aparatos de estimulación clitoriana, de masaje íntimo para la vulva, arneses con correas y falos para humillar y encular a los esclavos. Pero había un regalo que no podía faltar y era la famosa “virga iniquitatis” o vara de castigo para los esclavos. Cada novia debía tener la suya propia, es decir que las varas de castigo eran personales e intransferibles, las más cotizadas y valoradas estaban hechas de caña del Río Rubicón, famosas por su flexibilidad y resistencia. Una mujer podía utilizar su “virga iniquitatis” de caña del Rubicón azotando a sus esclavos a diario, si quería, que esta apenas sufría desgaste con el paso de los años. Incluso la mayoría de varas de castigo de este tipo se heredaban de madres a hijas y de abuelas a nietas sin ningún problema. Una mujer podía azotar a su esclavo con la misma “virga iniquitatis”, de caña del Rubicón, con la que su bisabuela azotó a sus siervos 100 años antes. En el fresco aparece una de las doncellas (con unas alas en la espalda) probando una de las varas mediante azotes al aire. La alas se regalaban junto a la vara de castigo ya que ésta tenía dos usos: corregir un error, o una mala actuación del siervo, por un lado y por el otro liberar tensión y stress a base de azotar la espalda, o el culo, de un esclavo. Las romanas consideraban que estos sentimientos debían ser canalizados hacia el cielo a través de las alas y es por ello que se las ponían cuando querían relajarse azotando a un esclavo, o a varios. La doncella se muestra con el pecho desnudo, tal y como las romanas solían azotar a sus siervos para mayor libertad y comodidad.
Novia con su dote
Junto a las doncellas podemos ver a la otra novia de la que, lamentablemente, no podemos apreciar el rostro por un desconchón en la pared del fresco. La forma de estar sentada, con su pierna derecha cruzada sobre la izquierda y el color púrpura (símbolo de la nobleza) de su vestimenta nos confirma que se trata de la segunda novia. Según la tradición romana, la novia que iba a vivir a casa de su futura esposa debía vestir de color púrpura y traer consigo una dote que, en este caso, como podemos apreciar en el fresco, se trata de un esclavo. Este hombre, sentado junto a su dueña, pero a un nivel inferior, apoya su espalda sobre la cadera de su ama, buscando su regazo, y la mira entre asustado y contrariado seguramente angustiado sobre su futuro inmediato. Pese al trozo de pintura que falta, podemos observar perfectamente como la novia apoya su brazo derecho sobre el hombro, también derecho, de su esclavo en un gesto que procura transmitir confianza, serenidad y seguridad. Seguramente pretende relajar a su siervo y calmar sus dudas con un mensaje tranquilizador: “No te preocupes esclavo, confía en mí, a partir de ahora tanto yo como mi futura esposa te usaremos a nuestro antojo y abusaremos de ti libremente, nada más que eso, ese será el único cambio en tu vida de siervo, a partir de ahora recibirás órdenes de dos diosas en vez de una sola”, parece decirle con su gesto. En la Antigua Roma, cuando dos mujeres se casaban, los esclavos, al igual que todos bienes y propiedades, pasaban a ser propiedad de ambas cónyuges y ambas mujeres podían disponer de ellos indistintamente sin importar la clase social de la que procedía cada una de ellas. De esta forma las diferencias entre clases sociales se fueron reduciendo poco a poco hasta prácticamente desaparecer con el paso del tiempo. Podríamos decir que el sentimiento de hermandad entre mujeres se impuso a la codicia humana.
Sátiros preparados
En todas las bodas de la Antigua Roma eran conocidas las actuaciones de los sátiros, hombres que animaban la fiesta con actuaciones que combinaban humor con sátira y que siempre giraban en torno a la humillación del género masculino por parte de las mujeres. Era muy común la representación de la “vita hominis” una parodia de la vida del hombre, desde que es niño hasta que llega a la edad adulta, por ello encontramos a tres sátiros: dos adolescentes y un tercero bastante mayor. Durante la representación de la “vita hominis”, que solía duraba horas, cuando no toda la noche, era muy común que las mujeres abusaran de los sátiros libremente. A medida que avanzaba la noche y las comensales comían y bebían, éstas se desinhibían y se animaban a abusar más y más de los sátiros. Invitadas, doncellas, y sobre todo las novias, podían patearlos, azotarlos, golpearlos, humillarlos o incluso encularlos sin piedad en público, no importaba lo que les hicieran que los sátiros siempre respondían con una ocurrencia graciosa que hacía reír a todas las mujeres presentes. Para aguantar el dolor los sátiros bebían “garumvid” una sustancia, calmante del dolor, que procede de la fermentación de la mezcla del garum con el vino. Aquí podemos ver como los sátiros beben “garumvid” mientras uno de ellos sostiene la máscara del dolor, o “aegritudo”, una careta que representa a un hombre de avanzada edad con la boca totalmente abierta y los ojos desorbitados. Los sátiros se ponían esta máscara durante la representación cada vez que, pese al “garumvid”, sentían un dolor intenso, sobre todo cuando eran enculados, ni que decir tiene que la visión de esta careta desataba las risas y carcajadas de las mujeres presentes. La “aegritudo” representaba el eterno dolor que, en la Antigua Roma, el hombre debía padecer desde que nacía hasta que moría como si estuviese escrito en su destino.
Doncella y animales
Seguidamente podemos ver a la doncella encargada de cuidar los bienes animales del futuro matrimonio, con su capa de lana virgen está practicando el saludo de presentación de los animales propiedad de las futuras esposas de la casa. En este caso, en representación de todos los demás que están en la granja, se trata de cuatro animales: dos muchachos y dos cabras. Uno de los muchachos tiene en su mano un aparato de viento utilizado para llamar a las cabras y evitar que se pierdan. En las bodas romanas siempre se representaba la riqueza animal de las futuras cónyuges como una forma de simbolizar el poder y la influencia social que tendrá la pareja durante su vida matrimonial.
Doncellas en cocina
Seguidamente apreciamos como cuatro doncellas (tres en este pictograma y la cuarta en la siguiente) preparan los manjares y la bebida que se servirán en el banquete de la boda. La doncella del siguiente pictograma, ataviada con una diadema de laurel, lleva una bandeja con alimentos y mira a la observadora como invitándola a probar la comida que porta en la bandeja. Las otras tres doncellas, una de ellas sentada de espaldas a la observadora y las otras dos de pie a ambos lados de la mesa, parecen acabar de dar una puntada a algún vestido, o tela que, posiblemente, vaya a ser utilizada durante el enlace. Además la de la parte derecha de la escena sirve agua, o algún tipo de bebida, a sus compañeras.
Invitadas con regalo
Para finalizar la obra, el último pictograma nos muestra a dos invitadas, posiblemente matrimonio, que traen a un niño como regalo de boda. Vemos como el pequeño lee un documento que lleva en las manos, se trata de su certificado de propiedad y una vez que las dos esposas lo firmen pasará a ser propiedad del nuevo matrimonio, engrosando el patrimonio del nuevo hogar. Era común, entre las mujeres de clase alta, regalarse en las bodas esclavos menores para que las cónyuges lo educaran a su gusto, de esta forma se evitaban los problemas que comportaban la doma de un esclavo adulto, adquirido en el mercado, que muchas veces eran salvajes apresados por el ejército romano en el campo de batalla.
La famosa “Villa de los misterios” de Pompeya ya nos ha rebelado todos sus misterios. Gracias una vez más al esfuerzo y el trabajo de nuestras hermanas arqueólogas e historiadoras. Pero este trabajo de investigación histórica no sería posible sin tu ayuda, por favor colabora con los proyectos de nuestras mujeres historiadoras. Haz tu donativo o hazte ciudadano de “The Universal Gynecocratic Republic”.
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