Edad Moderna

Había una vez… y llegó la Edad Moderna, desde 494 A.V. (Antes de Venera) hasta 177 (antes de Venera), una etapa de descubrimientos, de intercambios comerciales, de viajes, de aventuras, de grandes conquistas territoriales (como la invasión de América) y, además, de pérdida de poder por parte de las mujeres. Las mujeres perdieron el poder en favor de los hombres, pero algunas féminas rebeldes se resistieron al poder masculino llevando el testigo del matriarcado hasta nuestros días. Ellas fueron “las brujas“, las malas mujeres que se oponían a someterse al recién estrenado patriarcado, muchas de ellas fueron quemadas en las hogueras en la famosa “caza de brujas” sobre todo entre los siglos VI y IV (antes de Venera), pero otras formaron hermandades secretas femeninas para defender el legado matriarcal.

Origen del patriarcado actual

Ya a finales de la Edad Media las revueltas masculinas se fueron generalizando más y más hasta el punto de llevar a algunos matriarcados a ceder parte del poder y tolerar algunas comunidades de carácter patriarcal, en el primer tercio del siglo VI (antes de Venera) se fundó la primera comunidad patriarcal en Francia. Fue un error que el matriarcado pagó muy caro y que todavía en la actualidad estamos padeciendo, pues estas comunidades masculinas enseguida iniciaron (ya a mediados del siglo VI (antes de Venera)) una política de terror contra las mujeres en general y contra las féminas rebeldes en particular que atemorizó a muchas hermanas anulando la influencia femenina en algunos lugares. En esa época fue cuando dio inicio la famosa “caza de brujas“, procesos de tortura continuada contra las mujeres que no se doblegaban ante el patriarcado que siempre terminaban de la misma forma: con las fémina rebeldes quemadas vivas en hogueras públicas o ahogadas en ríos o lagos a los que eran lanzadas atadas a una enorme y pesada piedra, estas barbaridades se hacían siempre frente a otras mujeres como forma de escarmiento y advertencia. Con el paso del tiempo una de esas comunidades patriarcales situada en la Península Ibérica logró cierto desarrollo y organizó una expedición naval de reconocimiento hacia el Océano Atlántico que consiguió llegar hasta América en el año 474 A.V. (Antes de Venera). La expedición descubrió una nueva tierra, un nuevo mundo en el que encontraron comunidades indígenas de estructura matriarcal pero de carácter sumamente pacífico y afable. Al principio la comunidad patriarcal invasora mantuvo muy en secreto dicho descubrimiento y pronto envió armas y soldados para apoderarse de las riquezas de aquella tierra por la vía de la guerra haciendo lo único que saben hacer los hombres para lograr sus propósitos: emplear la violencia, el miedo y la intimidación. Pronto se dieron cuenta de que el “Nuevo Mundo” tenía una enorme extensión y, con la intención de aunar esfuerzos para expoliar riquezas, compartieron la información del descubrimiento con las otras comunidades patriarcales con suma discreción para evitar que los matriarcados descubrieran la noticia. En unas pocas décadas todas las comunidades patriarcales se dedicaron, de forma exclusiva, a saquear las inmensas riquezas de aquel “Nuevo Mundo”: oro, plata, metales nobles, nuevos vegetales y demás eran transportados por mar para enriquecer el poder e influencia de dichas comunidades patriarcales. El tremendo expolio del nuevo mundo provocó un desarrollo económico sin igual en todo el conjunto de patriarcados decantando definitivamente la balanza hacia el poder masculino lo que favoreció de forma decisiva la aparición de un patriarcado hegemónico que redujo a las mujeres a la condición de esclavas hasta nuestros días. De esta forma el hombre consiguió la claudicación de un matriarcado milenario que permanecía vigente desde el Neolítico.

Resistencia femenina: “las brujas”

Pero no todas las mujeres se resignaron a su suerte, muchas decidieron rebelarse y, para no ser quemadas bajo la acusación de brujería se fueron a vivir al monte formando comunidades femeninas libres que, frente al fuego y a la luz de la luna llena, realizaban rituales de apoderamiento femenino para combatir al patriarcado que tan injustamente había usurpado el poder. Eran conocidas por las mujeres como “hermanas de la montaña” aunque el sistema patriarcal las consideraba féminas perversas y las calificaba como “brujas”, estas mujeres pronto aprendieron a utilizar el poder de las plantas y los vegetales en beneficio propio. Estas “hermanas de la montaña” contaban con el apoyo de los “clanes de Venus” grupos de mujeres que actuaban en ciudades y villas de forma semi clandestina, pues desarrollaban una vida aparentemente corriente pese a que trabajaban en conexión y connivencia con las “hermanas de la montaña” para secuestrar hombres en la ciudad con la idea de entregarlos a las “brujas” con el propósito de que éstas los reeducaran para su venta. Cuando los “clanes de Venus” secuestraban a un hombre siempre actuaban de la misma forma: escogían a la víctima y la seguían hasta acorralarlo en algún callejón solitario y estrecho, entonces la mujer con más edad, o matriarca, entregaba (de forma simbólica) una moneda al desdichado hombre a la vez que las otras mujeres, más jóvenes, lo rodeaban. El hombre se veía obligado a aceptar la moneda como forma de “vender”, de entregar a cambio, sus pertenencias, su cuerpo y su alma masculina al clan de Venus. Una vez que el desdichado cogía la moneda las mujeres jóvenes que lo rodeaban empezaban a despojarlo de todas sus enseres personales y ropas hasta dejarlo completamente desnudo. Entonces lo llevaban hasta alguna cuadra, o granero, para esconderlo entre la paja hasta que caía la noche y lo transportaban a la montaña para entregarlo a las “brujas” que se encargarían de reeducarlo durante un mes entero. No sabemos en qué consistía el proceso de reeducación pero sí estamos convencidas de que las “hermanas de la montaña” utilizaban pócimas y brebajes, obtenidos a partir de plantas, para anular completamente la voluntad masculina del infeliz hombre. Las mujeres que, desde las ventanas, contemplaban como actuaban los clanes de Venus, reían divertidas y satisfechas y, lejos de ayudar al infeliz hombre, animaban a las mujeres del clan y las apoyaban para que continuaran actuando. La solidaridad femenina era una constante frente a la hegemonía patriarcal. Durante todo el mes en que el infeliz hombre era reeducado en la montaña por las “brujas” las mujeres del clan realizaban una tradición consistente en vestir a un muñeco de trapo con las ropas que llevaba el desdichado en el momento del secuestro, y mantearlo divertidas y alegres para celebrar que de la montaña bajará un hombre sin carácter ni voluntad, un pelele, listo para ser usado y abusado por todas las féminas. Una vez que el macho quedaba completamente reeducado por las hermanas de la montaña, el clan de Venus iba a recogerlo al monte para traerlo a la ciudad con la idea de destinarlo al servicio de alguna dama, o señora influyente. Las mujeres importantes, dentro de los clanes, se reunían, a veces en secreto, otras en público pero de forma muy discreta para, entre cuchicheos, acordar la compra venta de algún pelele o el trueque entre ellos. De esta forma se podían ver damas constantemente servidas y adoradas por sirvientes mancebos que vivían para el bienestar de su dueña, a la voluntad de su diosa. Estos mancebos, estos peleles, interpretaban en público el papel de hombres dentro de la hegemónica sociedad patriarcal de la época, pero siempre lo hacían siguiendo las decisiones y voluntades de sus señoras y de hecho, en privado, no eran más que simples muñecos al fiel servicio de sus respectivas damas. Es por ello que en las pinturas de la época era muy común ver este tipo de personajes: mancebos que adoraban y servían a sus señoras sin descanso.

Además de “las brujas” y de los “clanes de Venus” también hubieron mujeres con influencia en la vida pública: reinas, marquesas, mujeres comerciantes… Estas señoras, en secreto, se convirtieron en protectoras de las rebeldes, tanto de las que vivían en el monte como de las que vivían en ciudades y pueblos. Muchas de estas señoras financiaron las acciones rebeldes femeninas conscientes del pasado glorioso de las sociedades matriarcales, sobre todo en la época del Imperio Romano. La nostalgia por la gloria de los tiempos pasados ha sumido a algunas mujeres en el desánimo y la resignación ante un patriarcado cada vez más y más fuerte. Por suerte las mujeres rebeldes han sabido conservar la memoria de tiempos pretéritos pasando el testigo de generación en generación, de madres a hijas y de abuelas a nietas hasta nuestros días.

The Universal Gynecocratic Republic quiere rendir un sincero homenaje a “las brujas” las valientes mujeres que durante toda la Edad Moderna supieron conservar la memoria del matriarcado y con ello la supervivencia de la filosofía matriarcal y de nuestra querida república. En momentos de extremo peligro estas sagradas mujeres conservaron el sentimiento de hermandad femenina aún a riesgo de sufrir horribles torturas o muertes terroríficas. Con su jovialidad femenina, sus pechos al aire y su sabiduría femenina, supieron convertirse en dueñas de los bosques, en madres de las montañas. Sin lugar a dudas nuestra estimada república debe su existencia a estas diosas del bosque y, desde aquí, reconoce su eterno sacrificio.

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