Neolítico

Había una vez… Desde Irlanda, Escocia o el Reino Unido hasta el sureste asiático pasando por Oriente Medio. Desde Siberia hasta La Patagonia argentina, por todos lados nuestras hermanas arqueólogas están encontrando figuritas femeninas enseñando orgullosas sus vulvas, seguramente en honor a la sagrada Diosa Venus. Este hecho nos demuestra que, ya desde la época del Neolítico (hace más de 30.000 años) las mujeres dominaban y sometían a los hombres y organizaban las comunidades de acuerdo a su criterio femenino. La ginecocracia, como forma de organización social, tiene sus raíces en el Neolítico más temprano.

Figuras femeninas mostrando la vulva abriéndola con las manos para exhibirla plenamente, con orgullo y alegría, se ponían sobre la puertas de entrada a centros sagrados para recordar a las mujeres su conexión con la diosa Venus. Con toda seguridad, además de resaltar el orgullo femenino, dichas figuritas cumplían la función de prohibir la entrada a los machos (hombres y chicos) a esos centros sagrados en los que las mujeres realizaban periódicamente sus rituales de iniciación y comunión con la diosa sagrada: “Si no tienes vulva no puedes cruzar esta puerta”. Cabe resaltar la expresión facial de estas figuras femeninas, en todas ellas aparecen sonriendo y sus gestos denotan orgullo, satisfacción y felicidad. De aquí podemos deducir que, con toda seguridad, la gran mayoría de comunidades del Neolítico eran sociedades matriarcales y en ellas las mujeres se sentían orgullosas de su esencia femenina, tanto que incluso se enseñaban la vulva entre ellas a modo de saludo “¡Buenos días hermana!” o tal vez también la enseñaban a los hombres como forma de resaltar su poder e influencia sobre el género masculino: “Soy mujer y por tanto debes obedecerme y adorarme porque yo tengo la vulva y, por lo tanto, el poder”. Lo que parece claro es que en aquella época la vulva, lejos de ser un icono erótico como en la actual sociedad occidental, era considerado como un símbolo de poder absoluto y de divinidad.

Otra figura interesantes encontrada por nuestras hermanas, es la de una mujer desnuda, con el pelo recogido hacia su izquierda, acariciando su vientre, por encima del ombligo, con la mano izquierda y sosteniendo un cuerno, con su mano derecha, en el que hay 13 marcas paralelas. Las estudiosas creen que, lejos de tratarse un icono religioso esta figurita era utilizada por las mujeres para enseñar a las muchachas adolescentes sobre los periodos menstruales y su conexión con el ciclo lunar ya que la forma del cuerno nos recuerda a la de la Luna es estado creciente. En definitiva: podemos concluir, gracias a esta figura, que en el Neolítico las mujeres ya comprendían la importancia de educar, instruir y enseñar a las niñas preadolescentes sobre el carácter divino y sagrado de sus cuerpos femeninos y seguramente eran las sacerdotisas (sólo ellas se recogían el pelo) las encargadas de ello para, de esta forma, transmitir a las nuevas generaciones la conexión entre su vientre y el astro que la diosa madre Venus creó para comunicarse con Lilith. De esta forma el matriarcado se transmitía de generación en generación y a través de los siglos.

Y precisamente la importancia de la transmisión del matriarcado de generación en generación y por los siglos de los siglos es la mensaje que nos muestra una figura femenina encontrada hacia la actual India. En ella una mujer, con el pelo recogido hacia la izquierda (por lo tanto seguramente se trate de una sacerdotisa), en posición de semi cuclillas y con los ojos cerrados y la cabeza ligeramente inclinada hacia su izquierda, empieza a dar a luz a otra mujer mientras sostiene una rama de árbol sagrado con su mano derecha. La mujer está ataviada con multitud de joyas: pendientes, colgantes, medallas pulseras, brazaletes y diadema, todas ellas elaboradas con metales nobles y decoradas con piedras preciosas, lo que nos enseña que las féminas eran las poseedoras de la riqueza material. El hecho de que con su mano derecha sostenga una rama de árbol nos muestra que la mujer también es la dueña del mundo natural y, por lo tanto, posee todo el poder: el poder material y el poder natural, la riqueza y el conocimiento, la influencia y la bendición divina por parte de la diosa Venus. Además, el hecho de que de su vulva nazca otra mujer, otro ser femenino, nos induce a pensar que todo ese poder será transmitido de madres a hijas, de abuelas a nietas, de hermana a hermana, en definitiva de mujer a mujer para que el matriarcado perdure en el tiempo de forma eterna.

Otra figura que llamó la atención de nuestras hermanas arqueólogas fue la de una mujer desnuda, con el pelo sin recoger, sentada sobre el lomo de una cría de jabalí, con su mano derecha la figura separa sus piernas para enseñar bien la vulva mientras con su mano izquierda nos muestra una placa tallada en piedra en la que se han grabado unos signos. Nuestras hermanas, expertas en prehistoria y en historia antigua, creen que se trata de la representación del poder absoluto de la mujer sobre el hombre, de la expresión genuina de matriarcado: al llevar el pelo suelto se trataría de una mujer sin especial influencia en la comunidad (pues las sacerdotisas se recogían el pelo) sentada sobre el lomo de un hombre, representado en la forma animal de jabalí al que le enseña unos símbolos grabados. Al tratarse de una cría la representación es sencilla de interpretar: “Desde que nacen, los hombres deben someterse a las leyes del matriarcado y deben obedecer siempre a las mujeres que los irán domando según vayan creciendo para obtener de ellos provecho y para ser usados (o abusados) de acuerdo con la sagrada voluntad femenina de todas las mujeres de la comunidad independientemente del estatus social que estas ocupen.”

En definitiva, podemos concluir que el matriarcado funcionó durante milenios y que generación tras generación las mujeres sometieron a los hombres, dirigieron las comunidades, controlaron los rituales sagrados y religiosos en honor a la Diosa Venus y fueron capaces de conservar una cultura ginecocrática que jamás desapareció del todo prácticamente hasta casi nuestros días.

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