Hace mucho tiempo, en el año 3600 A.V. o 3700 A.V. una civilización envidiable, por su enorme desarrollo científico y social, se hundió bajo las aguas a causa de la erupción del volcán de Thera. Se trataba de una sociedad matriarcal bastante más desarrollada que todas las que la rodeaban. Se cree que este es el origen de la famosa “Leyenda de la Atlántida”.
La leyenda de la Atlántida siempre fascinó a mujeres de todo el mundo. Una civilización notablemente desarrollada que acabó hundida bajo las aguas. Nuestras hermanas arqueólogas han podido descubrir evidencias claras de que la Atlántida es algo más que una leyenda, de hecho existió en el tiempo y podemos situarla cerca de la actual isla de Santorini, la antigua Thera, en la actual Grecia (Europa). Por tanto las aguas que cubrieron la Atlántida no fueron las frías aguas del Atlántico, como muchas creíamos, sino las cálidas aguas del Mediterráneo oriental.
Cuando lograron, con paciencia y tesón, retirar la lava de las paredes, suelos y fachada de la vivienda, nuestras hermanas arqueólogas enseguida entendieron que habían hecho un descubrimiento excepcional: una casa de tres pisos con diez habitaciones por planta. Tanto la estructura de la edificación como su orientación rebelan un dominio perfecto tanto de la arquitectura como del aprovechamiento lumínico y energético. La red canalizaciones de agua perfectamente distribuida para llevar el preciado líquido de los depósitos a todos los habitáculos de la casa nos hace pensar en un conocimiento de la física de los fluidos muy superior a los de la época. Pero lo más impresionante fue el excelente estado de conservación de las pinturas murales que hay en las paredes de la vivienda. En esas pinturas se refleja la vida cotidiana de las mujeres de la casa, tanto la vida doméstica como pública. En ellas podemos apreciar figuras femeninas representativa de la situación de las mujeres en la sociedad de la Atlántida: cuerpos estilizados, con vientres bien formados, que sin duda nos hablan de mujeres activas seguramente muy aficionadas al baile y al deporte; las figuras aparecen con el cabello suelto, representando la libertad de las mujeres; los pechos desnudos, simbolizando el poder femenino; y finalmente observamos como, pese a que las figuras se muestran de perfil, el ojo viene representado de frente, seguramente por influencia de las hermanas egipcias de la época. También llama la atención las joyas y detalles decorativos. Los peinados elaborados y los maquillajes nos hacen pensar en mujeres conscientes de su belleza femenina divina, que vivían su sexualidad y sensualidad de forma natural y sin complejos.
En una de las pinturas podemos apreciar a una muchacha cogiendo lirios, cuya flor representa la vulva y el aparato reproductor femenino y, por ello, eran usadas por las mujeres para invocar a las diosas cuando se encontraban en periodo menstrual. La representación de estrellas alineadas formando rombos que vemos en la parte superior izquierda de la pintura nos indica que la señora se dispone a realizar un ritual de adoración divina.
La casa de la dama
Analizando detenidamente el mural principal de la casa podemos extraer conclusiones muy significativas sobre la vida doméstica de las mujeres atlántidas. En él encontramos a una mujer sentada, cruzando las piernas y mostrando sus senos desnudos. El hecho de que esté situada a un nivel superior a los demás elementos del cuadro nos hace pensar que se trata de la dueña de la casa. Sobre todo si tenemos en cuenta que a su espalda hay dibujada un ave (símbolo de riqueza y poder) mirando hacia el cielo y con las alas extendidas. Frente a ella vemos a un hombre, representado en la habitual figura de un mono, y otra mujer, estos están ofreciendo planta de papiro a la dama que está sentada. Suponemos que la señora poderosa es propietaria de una plantación de papiro y sus trabajadores proceden a realizar las labores de recolección.
El hombre en la Atlántida
Por lo que vemos en las pinturas, recuperadas de la lava, el hombre en la Atlántida tenía un estatus muy concreto. Por la representación pictórica deducimos que su única función era la de simple fuerza de trabajo además de como entretenimiento para las mujeres. A diferencias de las mujeres que son representadas vestidas con ropas ligeras y vistosas, aunque con el pecho al aire como símbolo de poderío femenino, a los hombres se les representa completamente desnudos y como una figura de mono, de simio, lo que refuerza este hecho, pues los monos eran usados para la diversión femenina. Dicha figura simiesca aparece representada de un color azul celeste, lo que nos lleva a interpretar que los hombres se consideraban como un regalo del cielo (azul celeste), enviado por las diosas, para el uso y disfrute de las mujeres. Si nos fijamos en el dibujo, aparecen dos zonas blancas, concretamente el cuello y la entrepierna. El blanco, en aquella lejana sociedad, simbolizaba la posesión y la cautividad. Esto nos hace pensar que esas eran las zonas exactas donde los hombres podían ser cautivos. Es decir los hombres podían ser encadenados por los genitales con una especie de jaula de pene o por el cuello con un collar tipo perro, pero jamás por las muñecas, por la cintura, o por los tobillos, pues estas zonas no están representadas en blanco sino en azul.
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