Hace muchos años, en un lugar lejano, vivían tres hermanas que estaban regordetas y, por ello, las llamaban las tres cerditas. Las hermanas vivían en armonía con la naturaleza, plantaban árboles frutales (sobre todo manzanos en honor a nuestra Diosa Venus) y plantas de flores bonitas, jugaban entre ellas y eran muy felices.
Las tres muchachas reían a menudo y se compenetraban muy bien entre ellas gracias a su relación de hermandad. La mayor era la más responsable y siempre cuidaba y protegía a la hermana pequeña y a la mediana.
Una tarde, con su agudo olfato, la cerdita mayor notó olor de lobo y alertó a sus dos hermanas. Las tres cerditas dieron una vuelta por los alrededores y, efectivamente, encontraron pelos de lobo y restos de excrementos de ese animal. No había duda: un lobo merodeaba por la zona y decidieron tomar medidas…
La hermana pequeña enseguida acabó su casa de paja y se fue a jugar totalmente despreocupada. Un poco más tarde, la hermana mediana acabó también su casa de madera y fue a jugar con la pequeña mientras que la mayor no dejaba de trabajar más y más construyendo una casa de ladrillo más grande, incluso, que las casas de sus dos hermanas juntas.
De repente apareció, amenazante, el lobo con un hambre feroz: “Os comeré a las tres” gritaba.
Las cerditas corrieron a refugiarse cada una en la casa que había construido. El lobo destrozó, de un soplido la casa de paja de la hermana pequeña que, utilizando su agilidad y velocidad femenina, corrió a refugiarse en la casa de madera de su hermana mediana dejando al lobo atrás. Enfadado por no haber podido cazar a la pequeña, el feroz animal arremetió a golpes contra la casa de madera que no tardó en ceder quedando totalmente destrozada. Las dos hermanas, asustadas, corrieron a refugiarse en la casa de ladrillo de la hermana mayor dejando atrás al lobo, una vez más. El lobo, totalmente fuera de sí, por no haber sido capaz de dar caza a las dos cerditas más jóvenes, arremetió a golpes contra la casa de ladrillo, pero, a diferencia de lo ocurrido con las casas de paja y madera, esta vez no pudo derribarla. Cansado y abatido el animal decidió retirarse a descansar con la intención de volver a acosar a las cerditas más tarde.
Las tres hermanas, viendo por la ventana como el amenazante animal se retiraba, creyeron que este finalmente se daba por rendido, pensaron que ya había pasado el peligro, y al cabo de un rato salieron al aire libre contentas y alegres para disfrutar su victoria sobre el lobo.
Al ver a las cerditas fuera, el lobo no dudó en volver a la carga. Se acercó sigilosamente a ellas con la intención de comérselas de un bocado. La hermana mayor volvió a detectar, gracias a su fino olfato, la amenazante presencia del animal y dio la voz de alarma. Las tres cerditas corrieron a refugiarse de nuevo en la casa de ladrillo.
Una vez a salvo, dentro de la casa de ladrillo, miraron por la ventana y vieron como el lobo merodeaba por el jardín. Las tres cerditas pronto entendieron que si no salían a derrotar al lobo definitivamente las plantas y árboles, que con tanto amor habían cultivado, morirían. Así que decidieron plantar cara al lobo: las tres hermanas se levantaron las faldas y se bajaron las bragas enseñándose alegremente las vulvas entre ellas mientras gritaban:
“Vamos a honrar la memoria de nuestras madres, de nuestras abuelas y nuestras bisabuelas. ¡Somos mujeres, somos valientes, somos fuertes y acabaremos contigo lobo cobarde!”.
Acto seguido salieron a darle una paliza al lobo. Corrieron a la zona donde la hermana mediana había construido su casa y cogieron palos de madera de los restos de la que fue su casa. Una vez estuvieron bien armadas, las tres cerditas le dieron al lobo, que apenas tuvo tiempo de reaccionar, la paliza de su vida. Al animal le llovieron los golpes por todos lados: cabeza, cuello, patas traseras, patas delanteras, hocico, rabo, orejas, etc. El lobo se puso a aullar desesperado pidiendo clemencia, pero las cerditas (lejos de compadecerle) le pegaron todavía más y más fuerte. Entre golpes y más golpes el lobo pudo ir, poco a poco alejándose de la zona hasta que por fin logró llegar a un campo abierto y salir corriendo. Las tres cerditas estuvieron todavía persiguiéndolo un buen rato hasta que perderlo de vista a lo lejos.
Las tres hermanas, eufóricas de alegría se abrazaron entre ellas, saltaron, cantaron y bailaron hasta la madrugada. El malvado lobo jamás volvió a aparecer por el lugar y las tres cerditas vivieron alegres y felices para siempre.
Las tres cerditas aprendieron una valiosa lección que las acompañó el resto de sus vidas: jamás se debe tener miedo a ningún tipo de lobo, pues por definición todos los lobos son ruines y cobardes y siempre huyen despavoridos cuando las mujeres les plantan cara en equipo.
“Cada vez que una mujer siente miedo lo mejor que debe hacer es mirarse su poderoso cuerpo desnudo y, sobre todo, su vulva todopoderosa. Esto le ayudará a tomar conciencia de su poder y su superioridad natural frente al hombre.“
“Es importante construir casas sólidas y seguras, pero una mujer de verdad lo más importante que debe aprender, para no sufrir peligro alguno, es a tener al hombre sometido y anulado siempre, de forma permanente y por los siglos de los siglos”.
“La hermandad femenina y la complicidad entre mujeres es un valor esencial que jamás debe olvidarse y que nunca debemos menospreciar. Todas las mujeres somos hermanas y debemos siempre colaborar entre nosotras.“