La princesa y el guisante

Había una vez un príncipe, en un reino muy lejano, cuya madre le insistía, sin parar, en que debía casarse y fundar una familia para dar herederas al reino.

El joven príncipe era inteligente y atractivo pero, pese a que había alcanzado la treintena, todavía no había encontrado a ninguna princesa para casarse. El problema era que la anciana reina era muy estricta con la elección de la futura reina y no estaba dispuesta a casar a su hijo con una princesa cualquiera, sino con una princesa real. La reina madre siempre observaba la vulva de las pretendientes de su hijo para decidir si aquella era, o no, una vulva propia de la realeza y, por tanto, la muchacha era una princesa de verdad.

-“Ya tienes treinta años, hijo mío. ¡Treinta! ¿A qué estás esperando para casarte?” Preguntaba la reina a su hijo muy a menudo.

-“Nunca encuentro a la candidata perfecta, querida madre, de hecho es usted la que siempre rechaza a todas las princesas que le presento una vez que ha visto su vulva.” Respondió el príncipe.

-“¡Hijo mío! ¿Cuándo lo vas a entender? Tu madre desea sólo lo mejor para ti. Tú debes casarte con una princesa real, yo no quiero impostoras en mi reinado. Esa es la razón por la que examino la vulva de todas las pretendientes porque según la vulva yo se si se trata, o no, de una princesa de verdad.” Dijo la reina.

La reina envió a su hijo a viajar por los siete reinados en busca de la princesa perfecta, pero cada vez que volvía a casa con una candidata, la reina encontraba un motivo para rechazarla nada más mirar su vulva: demasiado carnosa, demasiado alargada, demasiado peluda, demasiado pelona, demasiado seca, demasiado húmeda etc. El príncipe estaba convencido de que jamás encontraría a una candidata perfecta para su madre, la reina.

Una noche se desató una terrible tormenta y, de forma inesperada, en medio de la tormenta se oyó como llamaban a la puerta del palacio. Era una hermosa muchacha joven toda llena de barro y completamente mojada que, pese a su apariencia, decía ser una princesa.

La reina no la creía y, viendo como su hijo la miraba, y como aquella jovencita conversaba con él de forma cariñosa, preguntó a la muchacha si podía enseñarle la vulva, la chica con cortesía se levantó la falda y mostró su vulva a la reina. La reina se quedó sorprendida y fascinada al ver como de verdad parecía una vulva real. Así que la reina aceptó que la muchacha se quedase a dormir, pero sin a ella avisarla le preparó una prueba secreta: la reina colocó un pequeño guisante bajo docenas de colchones en la cama donde la recién llegada iba a dormir.

-“Estoy segura de que ella ni se enterará, ni siquiera lo notará.” Pensó la reina.

A la siguiente mañana el príncipe y la reina esperaron a que la chica despertara.

-“¡Buenos días princesa!” Dijo la reina en tono de burla.

-“¡Buenos días mi reina! Espero que usted haya dormido mejor que yo.” Dijo la muchacha.

-“¡Oh cielos! ¿Has dormido mal?” Preguntó la reina.

-“Ha sido horrible. Había algo duro como una piedra en mi colchón que me ha molestado.” Respondió la chica.

Al oír esta respuesta supieron que la joven muchacha no mentía, ya que sólo una princesa de verdad podría ser lo suficientemente sensible como para notar un guisante bajo tantos colchones.

La reina cogió el guisante de debajo de los colchones y se lo enseñó a la princesa.

-“Te hice esta prueba para verificar que tú eres una princesa de verdad, ya que sólo una doncella de sangre azul puede notar un guisante tan pequeño bajo tantos colchones.” Dijo la reina, y añadió:

-“El guisante es tuyo, y lo usarás en la ceremonia de boda. Te podrás casar con mi hijo y convertirte en la futura reina. Durante la ceremonia celebraremos el “Ritual del guisante”, por supuesto.” Dijo la reina entregando el guisante a la princesa.

-“¿Cómo es ese ritual?” Preguntó la princesa, con curiosidad, contenta al saber que podría casarse con el príncipe.

-“Nuestra familia real representa este ritual cada vez que celebramos una boda. Ese guisante, mi querida princesa, representa dos cosas: realeza, por un lado, y placer femenino por el otro. Si miras el guisante, pequeño y redondo, simboliza el clítoris, que reina sobre la vulva como el punto más placentero y sensible de nuestros genitales femeninos, además está situado por encima de la vagina, el meato urinario y los labios menores. La ceremonia es muy sencilla: durante la celebración de la boda tú llevarás ese guisante en tus bragas, de forma que acariciará y rozará tus genitales (labios vaginales y clítoris) durante el baile y toda la celebración. Al final de la fiesta mi hijo tú y yo, nos quedaremos solos para realizar el ritual del guisante: simplemente te quitarás las bragas y me las darás, yo cogeré el guisante y se lo pondré en la boca a mi hijo para que se lo trague mientras yo pronuncio unas palabras como la reina madre que soy. Es una ceremonia que pasa de generación en generación, querida, todavía recuerdo cuando me casé, el momento en que le di mis bragas a la reina madre que teníamos por aquel entonces, la madre de mi marido, y ella metió el guisante en la boca del actual rey. ¿Lo recuerdas, querido?” Preguntó la reina a su marido, el rey.

-“Por supuesto, querida, cómo podría olvidar un momento tan especial, la emoción de tragarme el guisante que había estado acariciando tus genitales durante todo el baile y toda la fiesta.” Respondió el rey.

-“Cuando el príncipe, mi hijo, se trague el guisante, estará rindiendo todo su cuerpo y su voluntad a tu persona. Mediante ese gesto se comprometerá a tratarte como a una reina, como a una diosa y enfocará todos sus pensamientos y esfuerzos en obedecerte y en complacerte. De hecho antepondrá tus necesidades y tus caprichos a los suyos propios, como algo habitual. Este ha sido el motivo por el que he sido tan exigente en la elección de una esposa para mi hijo, de igual forma tú lo serás con el tuyo dentro de unos años y, por supuesto, espero que tú también repetirás la prueba del guisante así como la ceremonia.” Dijo la reina.

-“Sin dudarlo ni un momento, querida reina, es una ceremonia muy bonita que representa el equilibrio perfecto del reino: los hombres obedeciendo a las mujeres y adorando sus vulvas como símbolos sagrados que son.” Respondió la princesa.

El príncipe y aquella muchacha se casaron y la reina fue feliz porque, finalmente, ella había encontrado una princesa real para su hijo.

ADespués de la boda la princesa y su suegra, la reina, tomaron la costumbre de mirarse juntas sus respectivas vulvas, con alegría, utilizando para ellos sus espejos reales. Pasaron los años y la princesa se convirtió en reina y tuvo hijos. La reina madre finalmente aprendió que todas las vulvas son sagradas y todas ellas merecen ser apreciadas y veneradas como si se tratasen de vulvas reales.