La carta

¿Os lo podéis creer hermanas? El otro día encontré una carta escondida en el hueco de la escalera, justo en el sitio donde hago dormir a mi macho. Estuve a punto de castigarlo por atreverse a escribir a mis espaldas, como ya sabéis un hombre debe obedecer a su diosa y nada más, es una completa aberración que un hombre hable, piense o escriba. Pero me animé a leerla y deseo compartirla con vosotras para que opinéis sobre su contenido y me aconsejéis sobre cómo tratar a mi macho.

No me importa que haya dejado se ser tu marido para convertirme en tu esclavo.

No me importa que me hayas echado de la que fue nuestra cama para hacerme dormir desnudo en el hueco de la escalera de nuestra casa.

No me importa que hayas encerrado mi pene y mis huevos, mis genitales enteros, en este incómodo, pequeño y estrecho cinturón de castidad que convierte mis noches en un auténtico infierno y que constantemente me recuerda que tú eres la dueña de mi vida y de mi cuerpo.

No me importa que me hayas hecho poner a tu nombre todas las posesiones materiales que ahora son tuyas, como la casa, el coche, las cuentas corrientes, las acciones bancarias…

No me importa que me hayas hecho dejar mi puesto de trabajo para encerrarme en casa con el pretexto de que los hombres debemos permanecer al cuidado del hogar y al servicio de la diosa.

No me importa tener que hacer todas y cada una de las labores domésticas: limpieza, colada, cuidado del jardín, cocinar, planchar…

No me importa que hayas tirado a la basura todo mi vestuario argumentando que tú decidirás cómo, cuándo y de qué forma debo vestir según la ocasión.

No me importa que hayas vendido mis palos de golf, mi ordenador, mi teléfono móvil y todos mis relojes para, con el dinero, comprarte caprichos.

No me importa hacerte masaje cada vez que me lo ordenas para relajarte cuando estás nerviosa.

No me importa que calmes tu ansiedad azotando sin piedad mi cuerpo indefenso con varas de castigo, o con cepillos, hasta dejar mi culo, espalda, muslos o genitales rojos y adoloridos.

No me importa que violes mi ano, con enormes dildos, sólo por diversión.

No me importar que e montes a cuatro patas y que cabalges sobre mi lomo, como si fuese un caballo, dentro y fuera de casa.

No me importa que algunas veces me pongas un collar de perro y me saques a pasear, a cuatro patas, por la calle y los parques tratándome como si fuera tu mascota canina delante de todas las vecinas.

No me importa que traigas a tus amigas para humillarme y lucirme, como tu fiel siervo, frente a ellas con tal de que paséis una tarde divertida.

No me importa que salgas de fiesta con tus amigas todas las semanas mientras yo me quedo en casa al cuidado del hogar.

No me importa que te vayas de vacaciones con total libertad, varias semanas, dejándome las tareas que debo realizar en tu ausencia.

No me importa que te masturbes en mi cara para dejarme claro que, mientras yo debo aguantar que mis genitales estén encerrados e inutilizados, tú tienes la libertad de gozar de tu cuerpo femenino cómo, dónde y cuándo te apetece.

No me importa tener que lamer tu ano mientras te acaricias el clítoris hasta alcanzar uno de esos “orgasmos celestiales” que tanto adoras.

No me importa tener que lamer tu vulva caliente, y todavía chorreando de la extraña mezcla entre tu flujo divino y el esperma de tus amantes, cuando vuelves a casa de madrugada después de irte de fiesta.

No me importa que vengas a casa con tus amantes, hombres o mujeres, ni que hagáis el amor en la que un día fue nuestra cama o de forma espontánea y apasionada por toda la casa sin importarte si estoy, o no, presente.

No me importa preparar cenas románticas cada vez que deseas seducir a alguien ni tampoco serviros, como camarero, durante la velada.

No me importa traeros el almuerzo a la cama, a tu amante y a ti, cuando lo solicitas (tocando la campanilla) después de que hayáis disfrutado de una noche de sexo apasionado y desenfrenado.

No me importa que te hayas quedado embarazada de uno de tus amantes y tu vientre se esté hinchando, día tras día hasta que, dentro de cuatro meses, me conviertas en “papá” pese a que, lo sabes muy bien, el bebé será mulato.

Y no me importa nada todo ésto porque yo sólo soy un hombre y los hombres hemos nacido para ser usados, y abusados, por las mujeres de la forma que a ellas les apetezca. Porque la felicidad del hombre radica en ver a su diosa satisfecha y feliz.

No he podido evitar compartir con todas vosotras, queridas hermanas, esta experiencia. Saber que mi hombre tolera y acepta su destino me ha colmado de felicidad. Así que seguid abusando de vuestros esclavos libremente, usadlos para satisfacer vuestro sagrado placer femenino de la forma que creáis conveniente y adecuada en cada momento. Somos sexos diferentes: los hombres merecen sufrimiento y dolor, mientas nosotras, las mujeres, hemos sido creadas para gozar, reír y disfrutar la vida con absoluta libertad.

Compartid esta carta, por favor, para que las hermanas que aún no estén decididas se animen a convertir a sus maridos en esclavos, en simples machos preparados para ser abusados por nosotras, las mujeres.

Atención: ¿Te gustaría convertirte en ciudadano de “The Universal Gynecocratic Republic”?