Había una vez… La Edad Media, época de guerras por el territorio, de condesas, de duquesas, de señoras feudales y demás señoras influyentes. Por que sí, efectivamente, fueron las mujeres las que conservaron el poder y la influencia heredada de sus antepasadas. Tanto en la Baja Edad Media como en la Alta las mujeres controlaron y dominaron a los hombres y al territorio. Sólo hacia el final de del periodo, a pocas décadas de iniciarse la Edad Moderna las mujeres tuvieron que enfrentarse a alzamientos masculinos destacables.
La Edad Media comprende el periodo entre el final del Imperio Romano siglo VIII, hasta el inicio de la Edad Moderna, hacia mediados del siglo XV, y se divide en dos subperiodos: la Alta Edad Media (comprendida entre los siglos VIII y XI) y la Baja Edad Media, del siglo XI al XV.
El Imperio Romano murió de éxito, las emperatrices romanas lograron un sistema matriarcal tan ideal que todos los confines del imperio copiaron el modelo a la perfección, generando un progreso sin precedentes en todo el continente. El bienestar económico y los avances humanos provocaron un crecimiento de la población tan importante que pronto fue imposible controlar el imperio entero desde Roma, apareciendo múltiples centros de poder matriarcales a lo largo y ancho del continente. Estos centros de poder estaban gobernados por mujeres influyentes y poderosas (condesas, duquesas, señoras feudales…) que se reunían para coordinar estrategias de desarrollo común en beneficio de las comunidades matriarcales.
Las mujeres influyentes volvían a su comunidad con un libro en el que las señoras escribas habían escrito los acuerdos comunes acordados en las cumbres anuales de señoras feudales. Una vez en su territorio enseñaban el libro en una asamblea de mujeres influyentes y poderosas dentro de la comunidad para analizar cómo implementar, dentro de cada matriarcado, los acuerdos alcanzados en la cumbre anual según las características y la idiosincracia de cada uno. Entre las mujeres influyentes que analizaban los acuerdos tomados y la forma de implementarlos en la comunidad se encontraban las sacerdotisas, más conocidas como “mujeres sabias” o más adelante como “brujas”, eran señoras con un amplio conocimiento de la naturaleza, las plantas, los animales y el comportamiento humano, sobre todo el femenino. El sistema funcionaba excelentemente y las mujeres continuaban siendo libres, felices y poderosas como demuestran los numerosos iconos encontrados en las puertas y en los capiteles de numerosas iglesias, conventos, palacios o castillos de la época y en los que aparecen mujeres desnudas, sonrientes y dándose la mano las unas a las otras con evidente signo de complicidad, cuando no acariciándose la vulva o, discretamente, entre ellas.
Lamentablemente la estupidez, la arrogancia y la avaricia de algunos hombres puso en apuros algunas comunidades matriarcales. Aparecieron machos que pensaron que el matriarcado era injusto, que estar a las órdenes de las mujeres era una forma perversa de gobierno y decidieron desafiar a la naturaleza misma creando pequeñas comunidades secretas de hombres que conspiraban para derrocar el poder femenino para instaurar un patriarcado. Gracias a la superioridad natural femenina, las mujeres siempre detectaban estas pequeñas comunidades masculina de carácter conspiratorio y las desactivaban siempre de la misma forma: analizaban el comportamiento de los machos rebeldes y secuestraban al más carismático de todos, seguidamente era sometido a un severo tratamiento de reeducación durante ocho días. Pasado ese tiempo, todas las mujeres de la comunidad en tropel se aparecían en la reunión secreta de los hombres rebeldes para presentarles al desdichado que de rodillas y llorando imploraba a sus compañeros que olvidaran el plan y se entregaran a las mujeres. De esta forma todos los conatos de rebelión masculina fueron abortados uno tras otro.
Durante la Edad Media, en la vida diaria, las mujeres tomaban decisiones y se reunían entre ellas para dirigir y controlar el devenir de las comunidades mientras que los hombres debían hacer los trabajos duros y poco gratificantes como buscar leña, dar de comer a los animales, mantener la limpieza de las pocilgas, cuadras, establos y demás. Las señoras feudales se reunían en los castillos para tomar decisiones de vital importancia: cosechas, producción alimenticia, reparto de bienes y sistema tributario. La complicidad, compañerismo y camaradería entre mujeres era omnipresente tanto en todo el continente como a lo largo de toda la Edad Media.
Según estudios de nuestras hermanas historiadoras, el amor lésbico fue una constante durante toda la Edad Media, las mujeres aprendieron a seducirse y a endulzarse el oído unas a otras a través de la música, que era considerada como un regalo de la sagrada Diosa Venus a las mujeres, lo que favoreció un desarrollo artístico entre las féminas. Sabemos que fue muy común la formación de grupos de muchachas felices y sonrientes que se dedicaban a tocar todo tipo de instrumentos musicales por las calles mientras portaban un ejemplar de la Historia Sagrada, con su Estrella de Venus (ocho puntas) representada en la tapa, como apreciamos en la foto. Era una forma de afianzar el poder femenino y la completa libertad de las mujeres puesto que los hombres tenían prohibido hacer música.
Cada vez que un matriarcado se veía amenazado por la estupidez de algunos hombres arrogantes, las mujeres salían con sus instrumentos las noches de cielo despejado a tocar música a la Luna para invocar a la Diosa Venus con la idea de agradecerle el hecho de haber nacido mujeres y de pedirle ayuda para sofocar la conspiración de hombres misóginos. Los desafíos masculinos al status quo matriarcal se solucionaban con el secuestro del líder del grupo para ser sometido a un proceso de escarmiento que duraba ocho días en honor a la Estrella de Venus y el que era salvajemente abusado, sin piedad, por docenas de mujeres. Pasado este duro escarmiento era llevado frente a todos los demás hombres para atemorizarlos. Otras veces las mujeres pateaban con todas sus fuerzas los testículos del infeliz hasta dejarlos bien inflamados y adoloridos para, después, enviar al estúpido macho con los demás hombres. Estos, al encontrarse a su compañero afónico de tanto gritar de dolor y con los cojones totalmente hinchados (hasta el punto de apenas poder caminar), corrían a arrodillarse a los pies de las mujeres para pedir clemencia.
Desgraciadamente a finales de la Baja Edad Media, hacia el siglo XIV, hubieron ejércitos masculinos procedentes de fuera del continente que lucharon para invadir territorio matriarcal. Las mujeres se organizaron para luchas contra estos salvajes vándalos y crearon ejércitos de defensa. Hubieron numerosos hombres que corrieron frente a la señora feudal para ofrecerse en la lucha contra los enemigos del matriarcado, muchos se hacían heridas superficiales, arrodillados a los pies de la señora, a modo simbólico para significar que lucharían hasta la muerte por defender el matriarcado y a la diosa Venus. Después debían masajear y finalmente besar los pies de la señora mientras invocaba a la sagrada diosa, de aquí viene nuestro ritual sagrado de los pies femeninos. La señora feudal arrancaba un trozo de pelo del guerrero para entregarlo a la hermanas sabias con la intención de realizar un hechizo que lo protegiera durante las batallas. Si el hombre volvía con vida la señora lo condecoraba con el título de “caballero matriarcal”, aquí vemos como un soldado es condecorado por una noble dama, el estandarte que aparece en la espalda del hombre, la luna en cuarto menguante, nos muestra que combatió en uno de los ejército matriarcales en defensa de la sagrada Diosa Venus y del poder femenino.
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