Caperucita roja

Había una vez una muchachita que quería mucho a su madre y a su abuela de acuerdo con los principios matriarcales con los que se educó en The Universal Gynecocratic Republic.

Su madre y su abuela habían enseñado a la muchacha a mirarse la vulva en el espejo cada día, así que a menudo decía: “Me gusta mi vulva mamá, es tan bonita y rosada”. “Sí cariño, tu vulva es rosada ahora pero algún día se teñirá de rojo una vez al mes, como la vulva de mamá”. (Respondió su madre) “Yo quiero que mi vulva se ponga roja una vez al mes igual que la tuya, mamá.” Decía la muchachita muy a menudo. Así que la abuela regaló a la niña una caperuza de ese color por su cumpleaños. La niña amaba tanto esa prenda que iba a todos los sitios con ella y la gente empezó a llamarla “Caperucita roja”.

Un día la abuela de Caperucita roja, que vivía en el bosque, se puso enferma y la madre de la niña pidió a Caperucita Roja el favor de llevarle una cesta con un trozo de pastel, una jarra de mantequilla y un espejo. Caperucita Roja aceptó el encargo encantada.

-“Ten mucho cuidado, Caperucita roja, y no te entretengas en el bosque”.

-“Sí, mamá!”

La niña paseaba tranquilamente por el bosque cuando un lobo la vio y se le acercó.

-“¿Adónde vas Caperucita Roja?”

-“Voy a casa de mi abuela a llevarle esta cesta con pastel y mantequilla.”

-“Yo también quiero verla…. ¿Por qué no hacemos una carrera, tú irás por ese camino y yo por este otro?”

-“¡De acuerdo!”

El lobo había enviado a Caperucita Roja por el camino más largo, así que él llegó primero a casa de la abuela. Haciéndose pasar por la niña, el lobo llamó a la puerta.

-“¿Quién es ?” preguntó la abuela.

-“Soy yo, Caperucita roja” dijo el lobo.

-“¡Qué bien, mi nieta! Pasa, pasa…”

El lobo entró, se abalanzó sobre la abuela y se la comió de un bocado. Después se puso su camisón y se metió en la cama para esperar la llegada de Caperucita Roja. La muchachita se había entretenido en el bosque cogiendo flores y avellanas para su abuela y por eso tardó en llegar, recogiendo avellanas el espejo se le cayó de la cesta sindarse cuenta. Al llegar Caperucita Roja llamó a la puerta de casa de la abuela.

-“¿Quién es?”, preguntó el lobo refinando su voz.

-“Soy yo, Caperucita Roja. Te traigo pastel, flores, avellanas y una jarra de mantequilla”.

-“¡Qué bien, mi amada nieta! Pasa, pasa…”

Cuando Caperucita Roja entró encontró a la abuela diferente, aunque no sabía el motivo.

-“¡Abuela, qué ojos más grandes tienes!”

-“Sí, son para verte mejor, querida nieta.”

-“¡Abuela, qué orejas más grandes tienes!”

-“Claro, son para oírte mejor.”

-“¡Pero abuela, qué dientes más largos tienes!”

-“¡Son para comerte mejor!”

Al decir esto el lobo se abalanzó sobre Caperucita Roja y se la comió también a ella. El lobo tenía el estómago tan lleno que se quedó dormido.

La madre de Caperucita roja se fue al bosque a buscar provisiones y encontró el espejo en el suelo, lo conocía perfectamente porque era el espejo con el que ella, su madre, y ahora también, Caperucita roja se miraban la vulva frecuentemente. La mujer inmediatamente intuyó que algo malo pasaba porque el espejo estaba en un camino que no era el más apropiado para ir a casa de la abuela, su madre. Así que la señora, con el espejo en la mano, fue a la casa de la abuela para comprobar que todo estuviera bien. Al llegar entró en la casa y vio al lobo durmiendo con un gran estómago inflamado, la mujer enseguida entendió lo que había pasado y fue a la cocina a coger un cuchillo muy afilado para abrir el estómago del lobo y sacar de allí a Caperucita Roja y a la abuela. Al ver a la abuela y a Caperucita Roja de nuevo se puso muy contenta y las tres mujeres se abrazaron y saltaron de alegría.

-“Debemos darle un buen escarmiento a este lobo”. Pensó la madre de Caperucita Roja.

Así que llenó su vientre con piedras y lo cosió cerrándolo de nuevo. Cuando el lobo despertó de su siesta se encontró atado a una silla y con las tres mujeres frente a él en actitud desafiante. La madre y la abuela de Caperucita Roja estaban muy enfadas con el lobo por haber engañado a la niña y enseñaban sus vulvas al lobo para someterlo mostrando su poder femenino sobre el impotente y humillado animal.

-“Nosotras somos mujeres, lobo cobarde, tenemos dignidad y somos poderosas. Con este cuchillo afilado he cortado tu vientre y lo podríamos usar para cortarte la cola también si así lo decidimos. Te hemos llenado el vientre de piedras, así que a partir de ahora tendrás un problema, un problema que tú solo te has buscado por menospreciar el poder femenino, el matriarcado, que pasa de generación en generación. Ahora mismo te vas a levantar y vas a salir por esa puerta para irte lejos de aquí, muy lejos porque no queremos verte nunca más”. Dijo muy seria la madre de Caperucita Roja.

El lobo salió de casa de la abuela con la cabeza agachada y la cola entre las piernas pero contento porque, por lo menos, no se la habían cortado y la conservaba. El animal se movía pesada y torpemente de un lado a otro debido al peso de las piedras en su barriga.

Caperucita Roja prometió a su madre y a su abuela que siempre haría caso de los consejos e indicaciones que ellas le dieran y aprendió una lección muy importante que le acompañaría para el resto de su vida: el poder femenino es inmenso, la fuerza del matriarcado es todopoderosa, y a los lobos se les derrota plantándoles cara y enfrentándose a ellos porque las mujeres tenemos la fuerza y el carácter suficiente y necesario para hacerlo.

Abuela, madre e hija, derrotando al patriarcado generación tras generación.

Así que nieta, madre y abuela lo celebraron riendo, bailando, cantando y comiéndose juntas el pastel. Además, con el espejo, se pusieron a mirarse la vulva una a otra utilizando el espejo familiar, pasándolo de mano en mano como la tradición que pasaba de madres a hijas, de abuelas a nietas. Finalmente la abuela le dijo a Caperucita Roja:

-“Mírate la vulva, cariño, eres una chica y debes estar orgullosa de ello. La mujeres siempre debemos apoyarnos las unas a las otras, es muy importante que sientas que las otras niñas y chicas son tus hermanas y siempre tienes que estar dispuesta a ayudarlas en la lucha por conservar nuestro matriarcado y para defender el glorioso poder de la vulva.


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